Aún sabiendo que lucir el noveno puesto es mera anécdota, mola mucho ver al Rayo Vallecano alejado del ténebre pozo de color rojo. Treinta días, tan sólo treinta días han transcurrido desde en el debut ante el Valencia. En este tiempo, el Rayo ha descendido, ha perdido su estilo, ha levantado la cabeza y ha vuelto a ser equipo de primera división.
En treinta días, la memoria selectiva venció en su lucha frente a una minoría. Las bufandas al viento fueron torpedeadas por estruendos pusilánimes, detalle este que no servirá para tachar, al menos por parte de servidor, a la afición del Rayo como un todo.
En treinta días, -que digo treinta días, noventa minutos-, Javi Guerra no tiene dinamita, Trashorras perdió su duende, la zaga es una verbena, y Vallecas es un perfecto escenario donde sacar costuras de plata.
Ahora que el Rayo visita Nervión con la tranquilidad que da el vencer dos partidos consecutivos, aprovecho el alejamiento del ventajismo para decir claramente que, lo escuchado días atrás, me parece un soberano sopor. Tendemos a emitir juicios de valor sin fundamento cuando se trata de fútbol. No se puede reducir todo a un cúmulo de victorias y derrotas. El análisis ha de ir más allá, el Rayo ha de ir más allá.
La crítica siempre ha de estar abrazada a la lógica, y esta, no se entendería sin asumir el alto peaje que el Rayo tiene que pagar,temporada tras temporada,para seguir residiendo entre la nobleza futbolística. Ahora que el Rayo gana, la unión ha de ir también en armonía con el triunfo.
Detesto la frialdad de aquellos que no viven un éxito entre brincos de alegría, a la par que admiro a los que son capaces de exprimir hasta la última gota el hecho de sentirse ganadores. Cada victoria del Rayo en primera división tiene que ser una catarsis de orgasmo deportivo. No, esta no será siempre la posición del conjunto rayista. Desgraciadamente, antes o después, la historia volverá a jugar una mala pasada, y el Rayo tendrá que rendir cuentas en estadios exentos de canapés en los palcos. [dropshadowbox align=”left” effect=”raised” width=”250px” height=”90px” background_color=”#d2eae6″ border_width=”1″ border_color=”#dddddd” ] “Cada victoria del Rayo en Primera División tiene que ser una catarsis de orgasmo deportivo” [/dropshadowbox]
Por eso,entre otras cosas, debería estar tipificado como delito en el código de conducta del aficionado franjirojo silbar a un jugador por un fallo puntual. Porque el Rayo es, y ha sido, antítesis de todo esto.
El Rayo es sacar la cabeza cuando parece todo perdido, como se hizo ante el Sevilla dos cursos. El Rayo es hacer retumbar los muros de su estadio cuando llega el minuto 24, tocar el claxon por Payaso Fofó en cada victoria, reclamar a los jugadores salir al césped una vez finalizado un encuentro, o que todos griten al unísono un “nunca te abandonaré”.
Dejar las pipas, activar las gargantas, disfrutar de cada internada de Bebé, de cada gol de Manucho, de cada ‘dribling’ de Embarba, y de cada parada de Toño…..aunque te parta un Rayo.
Antonio Morillo (@AMorillo17)