Todo estaba en armonía para un desenlace feliz. Soy de los que piensan que, al menos una vez en la vida, todo amante del fútbol debería pisar el estadio de Vallecas un domingo por la mañana.
A medida que mis pasos iban avanzando hacia el lugar de los hechos, podía vislumbrarse en la atmósfera un ambiente de pura y auténtica pasión. Las camisetas franjirojas se iban agolpando a la vez que el eco de las voces se perdían en un “Lorenzo” que quería formar parte de la fiesta.
Todo era cómo siempre. La magia matutina del estadio de Vallecas estaba preparada para un nuevo capítulo de “soñar despiertos”.
Muchos eran los ingredientes para poder degustar un menú de primera calidad. El regreso del hijo pródigo procedente del Manzanares era el plato principal, que bueno que viniste Baptistao. Cómo entremeses, el debut de Insúa y la ilusión despertada por una plantilla que ha invitado a ese estado de ánimo a su infallable hinchada.
Tras este primer contacto con el entorno idílico del santuario rayista, el reloj señalaba por fin las doce de la mañana.
Lo que vino a continuación, lejos de mantenerse en contacto con esa centelleante realidad, fue un ejercicio constante de “quiero y no puedo” ante un rival que había estudiado al milímetro el partido. El ánimo de esos “infallables” iba minando a medida que él duelo iba avanzando. Edu Albácar hacía gala de su exquisito golpeo de balón para enmudecer a los soñadores y poner por delante al Elche. Duro revés para un Rayo que, quizás, no estaba preparado tras ser tan vanagloriado a lo largo de las últimas semanas. Lejos estaba el equipo de Jémez de ser el que deseamos admirar, pero sobre él verde había un tipo con ganas de agradar y ser agradado.
Kakuta – o Kakutá- era el filón en medio de la incertidumbre, y era el bueno de Gael el que hacía reventar las gargantas de los más de nueve mil aficionados al borde del descanso. Pueden ir en paz a por el bocadillo de panceta – o a por esos perritos que tan buena pinta tienen-.
Quizás por ese espaldarazo anímico que supuso el tanto de Kakuta, o quizás por esa tranquilidad que le da a uno ver sobre Vallecas a tanto “jugón” junto, pudo caerse en el olvido de que en frente había un equipo trabajado cómo es el Elche de Fran Escribá. Jonatas se encargó de recordarlo y Mosquera de reivindicarlo .
Dicen que lo imposible tarda un poco más en llegar, y ese tanto de penalti de Bueno en el descuento hizo tronar el “si se puede” en una grada que no dejó de creer. El partido agonizaba con un Rayo que flirteaba a la heroica y un Elche que se defendía cómo “gato panza arriba”.
El pitido final de Vicandi Garrido sonó a despertar en el reino de los sueños. El partido de ayer no debe servir para enfriar esa ilusión generalizada, pero si para saber “qué es el Rayo” y “donde está”.
La realidad de un campeonato en el que se va a sudar tinta china para sacar cada punto, es el peaje que hay que pagar por ver al Rayo Vallecano una temporada más en la élite del fútbol español.
Antonio Morillo (@AMorillo17)