Dulce a la par que cruda realidad la que se encontró el conjunto de Paco Jémez en el estadio de “El Madrigal”. Puede parecer chirriante encontrar esos espasmos de dulzura después de encajar cuatro goles, más viendo cómo el Rayo desperdiciaba esa renta inicial, y es que excelencia y pesadumbre hicieron un pacto de comparecencia en Villarreal para impactar en los voraces y sufridos sentimientos de la hinchada franjiroja.
Los que me conocen bien, saben que soy un pésimo pronosticador, más próximo a la nulidad absoluta que al acierto esporádico. En un intento más de tirar por la borda esta etiqueta ganada a pulso a lo largo de los años, le hacía saber a lo largo de la pasada semana a Briz y Boned mi más absoluta seguridad de que el Rayo iba a rascar algo de “El Madrigal”.
El orgullo herido de un grupo hambriento tras la derrota frente al Elche, y la seguridad que exterioriza Paco Jémez en el verbo, terminaron por convencerme de que este era el escenario perfecto para romper la sequía en forma de victorias y, de paso, darme un gusto a modo de acierto.
30 minutos de fábula: Ver la primera media hora del Rayo Vallecano en “El Madrigal” es una oda al fútbol. Llegadas, rapidez, desborde, laterales doblando permanentemente a los extremos, circulación rápida del balón en el que todos se sentían protagonistas. Los primeros treinta minutos del Rayo Vallecano en “El Madrigal” fueron antológicos. Será muy complicado ver, más allá de los transatlánticos de nuestro fútbol, a equipos de primera división jugar hacer cómo lo hizo el Rayo en ese tramo de partido.
Kakuta-Bueno, sociedad ilimitada: Se agotan los calificativos para definir el comienzo de temporada de Gael Kakuta. El francés está enamorando, y no por el mero hecho de deleitarnos únicamente cada fin de semana con sus galopadas por la banda. Kakuta es ejemplo de solidaridad y compromiso. A su extenso abanico de cualidades, se ha de añadir a partir del pasado domingo la capacidad de sorpresa. Esa que mostró el bueno de Gael apareciendo en el área tras una formidable “comba” de Tito. Testarazo ante el ensimismamiento de la zaga amarilla y 0-1.
Mientras que Kakuta se gustaba, había un tipo dentro del verde que, como suele ser habitual en él, empezaba a dar síntomas de su “presencia silenciosa”. Una vez que aparece es para quedarse, así se las gastan aquellos que tienen el don de deambular en la retaguardia. De golpe y porrazo entran en escena, y lo hacen para sumar y hacer jugar. Así es Alberto Bueno, que aparecía y ponía un 0-2 que sonaba a fantasía y, de paso, poner el número cuatro en su casillero de tantos anotados. Si el Rayo quiere ser ese equipo que todos intuimos que puede ser, Kakuta y Bueno están condenados a entenderse.
El tanto de Espinosa, preámbulo de la pesadilla: El Rayo Vallecano es un equipo que es de todo menos indiferente, y en “El Madrigal” hizo aplomo de ello hasta unos límites difíciles de ver en fútbol. Complicado de explicar lo visto el pasado domingo durante esa hora de partido. Parecía que Walt Disney y Alfred Hitchcock se hubiesen puesto de acuerdo para el desarrollo de un “film” con final incierto. Espinosa abría las puertas de “bienvenido al infierno” en un tanto que era un vivo reflejo de lo que quedaba por venir. Sinceramente, creo que no es excesivo tachar de infernal lo que vivió el Rayo en ese tramo de partido. Una bipolaridad futbolística que, pese a lo difícil de la empresa, no deja de ser menos sorprendente.
Musacchio igualaba y el joven Vietto golpeaba por dos veces para sellar un tremendo “rapapolvo” que, seguramente, será difícil de olvidar, o no. Los minutos se iban consumiendo con un Rayo depresivo y un Villarreal que no tenía piedad de un paciente en estado de coma profundo.
Afortunadamente, será poco el tiempo que haya que esperar para ver de nuevo al Rayo, y esta vez en Vallecas . Ese equipo que te hace flotar en el aire y despertarte, aquel que descendió a las catacumbas de la fortaleza en medio de un campo de rosas, así es el Rayo, tan incierto cómo gozoso. Que ganas ya de que llegue el Miércoles.
Antonio Morillo (@AMorillo17)