Cuando el pitido final puso fin al espectáculo, una dulce y extraña mezcla de felicidad y lamento se apoderaban de un servidor. No, tampoco iba a ser en este curso. El Real Madrid volvía a salir vencedor de Vallecas y la hombrada en forma de triunfo sobre el gigante habría de esperar un año más.
Lejos de resetear mi disco duro interno, las horas después al partido fueron una pequeña filmoteca donde repasaba una y otra vez todo lo acontecido en el choque. Esclavo de mis difuminadas interpretaciones, me encargaba de valorar y clarificar entre aficionados del Rayo Vallecano si lo que acababa de presenciar era tal y como lo había sentido, o simplemente era un ejercicio más de mi magnificencia mental.
Una vez repasado todo, terminé de convencerme. Estaba en lo cierto, lo que había hecho el Rayo era no solo digno de elogio, sino que también era merecedor del mayor de los ensalces. Tras dos años contando batallas de la franja a través de la radio, tengo la absoluta convicción de que lo vivido en la noche del Miércoles ante el Real Madrid ha sido, sin duda, la sensación más hermosa que este humilde locutor ha tenido a lo largo de este tiempo.
Porque el Rayo no solo compitió, sino que por momentos superó y desquició a un Real Madrid que se jugaba su supervivencia liguera. Cada galopada de Embarba o Kakuta merece ser guardada en el capítulo de recuerdos imborrables. Como también deben serlo esos primeros cuarenta y cinco minutos donde los de Paco Jémez tutearon, maniataron, y flirtearon con la diana ante un Madrid sobrepasado por un ciclón de barrio con alma de las más bellas funciones. [dropshadowbox align=”left” effect=”raised” width=”250px” height=”50px” background_color=”#d2eae6″ border_width=”1″ border_color=”#dddddd” ] “El triunfo de este equipo no se sustenta en el resultado final” [/dropshadowbox]
No, el Rayo no pudo vencer al transatlántico, pero el triunfo de este equipo no se sustenta en el resultado final. De hecho, pienso que en lo único donde salió perdedor el Rayo fue en el electrónico. Si algún maquiavélico accede a estas líneas, tendrá material de sobra para mofarse. Y lo admito, tan admisible como inadmisible es la forma de concebir el fútbol y la vida a través del resultado para el hincha rayista.
Por eso, el duelo ante el Madrid no fue de llanto y sí de ilusión. La noche donde todo el mundo pudo observar qué es el Rayo y para que está construido este equipo. El éxito de un modelo donde el todo vale queda fuera de contexto. El poder de la convicción, la seriedad, y la creencia de que en este equipo no tienen cabida las recetas mediocres y los atajos endebles. [dropshadowbox align=”left” effect=”raised” width=”250px” height=”70px” background_color=”#d2eae6″ border_width=”1″ border_color=”#dddddd” ] “La noche donde todo el mundo pudo observar qué es el Rayo” [/dropshadowbox]
La reiterada convivencia en el tiempo con la decepción, ayuda a valorar sobremanera las mieles de la dulzura y de la pasión. Y es aquí donde el Rayo Vallecano lleva una inagotable serie de triunfos a lo largo de estos años. El tiempo apremia, la temporada agoniza. Sería una pena acabar con este idilio que Jémez y los suyos han conseguido crear. Por si acaso, disfrutemos y hagamos de la memoria la mayor de nuestras armas por si esto no vuelve a repetirse. Sin margen a la duda, estos días son de esos donde uno se siente más privilegiado que nunca de haber podido topar con el Rayo Vallecano, y la función frente al Madrid, una prueba más de un grito de guerra que siempre llevaré consigo. GRACIAS RAYO
Antonio Morillo (@AMorillo17)