La del pasado sábado no fue una victoria más, de hecho, creo que estuvo muy alejada del rutinario triunfo que pasa sin pena ni gloria por las memorias franjirojas. Al menos esa fue mi sensación una vez que abandonaba el estadio de Vallecas.
No, no fue una victoria más. El destino ha decidido que, el Granada, se convierta en uno de esos equipos cuya rivalidad vaya más allá del mero hecho de compartir categoría. Desde que el Rayo retomara a la élite, los duelos frente al cuadro nazarí han estado alejados del confort y sí muy próximos a la catarsis.
Pero no parecía este, sobre el papel, un duelo propio para los marcapasos. Regresaba Sandoval, además, un duelo del mes de noviembre no invita a las emociones fuertes. Esas eran mis presuntuosas sensaciones, y, una vez más, veía cómo el paso de los minutos volvía a tirar por la borda esa visualización previa de este que escribe.
Mis valoraciones iban consolidándose cuando Javi Guerra anotaba dos goles en los diez primeros minutos. A la par que mi garganta sufría de esos benditos excesos goleadores, he de reconocer que me regodeaba ante mi triunfo intuitivo. “Sí, no habrá sobresaltos, además, esto pinta a que voy a ser testigo del mayor espectáculo del Rayo desde que aterrizara en la cabina 19”. Mis cábalas me hacían, por fin, merecedor de jugar a la quiniela o de dar el salto a una casa de apuestas, hasta que apareció Zé Castro.
Uno de los zagueros más elegantes e inteligentes del campeonato, inauguraba el color rojo en su currículum desde que aterrizara en España allá por 2005. Porque sí, hasta aquellos peloteros con la innata capacidad de entender el juego como nadie, acaban poniendo un lunar en su trayectoria. Setenta minutos con un jugador menos, o lo que es lo mismo, un nuevo fracaso de mi sentido de la intuición a la hora de valorar qué pasará en un partido del Rayo. [dropshadowbox align=”left” effect=”raised” width=”250px” height=”110px” background_color=”#d2eae6″ border_width=”1″ border_color=”#dddddd” ] “Hasta aquellos peloteros con la innata capacidad de entender el juego como nadie, acaban poniendo un lunar en su trayectoria” [/dropshadowbox]
Y pasó lo que se espera que pase cuando un equipo como el de Jémez ha de jugar más de una hora en inferioridad. El sufrimiento y la agonía hicieron su aparición en la barriada vallecana, sobre todo cuando Babin mandaba al fondo de la red un testarazo que, definitivamente, -y parafraseando al técnico-, consolidaba el sentimiento general, y ese no era otro que ‘sufrir como perros hasta el noventa’.
La dulcificadora escena inicial a modo de goles del Rayo y recibimientos de alfombra roja, había sido sustituída por el drama. Ese que asolaba en cada internada de Piti, en cada balón ganado por El-Arabi, y sobre todo, en el momento en el que los presentes en Vallecas veían como Toño tenía que abandonar el césped lesionado. [dropshadowbox align=”left” effect=”raised” width=”250px” height=”90px” background_color=”#d2eae6″ border_width=”1″ border_color=”#dddddd” ] “El Rayo venció, y lo hizo ejerciendo como patrón de la solidaridad y escudero del bloque” [/dropshadowbox]
El pitido final de Gil Manzano fue un alivio de luto, un navegar entre las dulces aguas de la victoria y la agonía del que veía pasar lentamente el cronómetro. El Rayo venció, y lo hizo ejerciendo como patrón de la solidaridad y escudero del bloque. Trece puntos que dejan a los Jémez en la mitad de la tabla, y una extraña sensación de que, lo que se esperaba ser una noche plácida, acabó convirtiéndose en un nuevo capítulo del más exhausto sufrimiento. Próxima estación: Getafe.
Antonio Morillo (@AMorillo17)