Veinticinco de Agosto de 2014. Para un servidor, fecha difícil de olvidar, e intuyo que también para esos miles de aficionados franjirojos que poblaban la Avenida de la Albufera desde primera hora de la tarde.
Una extraña mezcla de nervios y emoción se iban apoderando de un servidor a medida que iba subiendo las escaleras que me conducían a la cabina 19 del estadio de Vallecas. Era complicado poner en orden todos los pensamientos que rondaban por mi cabeza en ese momento.
Tuvieron que pasar varios minutos para volver a la realidad. Mentiría si no dijese que tenía un poco de miedo antes del comienzo del duelo – o respeto, cómo le gusta decir al amigo Jesús Ruiz- . El actual campeón de Liga en frente, el vigente supercampeón de España que hace apenas 70 horas había brillado frente al Real Madrid, eran motivos más que suficiente para disparar mi incertidumbre, a la par que triplicaba mi emoción por el inminente comienzo del choque.
Lo que vino después fue algo maravilloso. Noventa minutos de fútbol, de auténtico y verdadero fútbol de un equipo que tuteo a los pupilos de Cholo. Las muestras de incredulidad se sucedían en la cabina de Unión Rayo al ver cómo ese transatlántico que le sacaba los colores hace apenas unas horas al campeón de Europa, miraba de reojo constantemente a Clos Gómez, ansiosos de salir vivos de Vallecas y sumar un punto en el casillero.
Ni en el mejor de los sueños del aficionado rayista se hubiera dado un guión similar. Un equipo con la personalidad “made in Jémez” de estos años. Un bloque reconocible por todos con el afán de hacer disfrutar a la hinchada. Y es que el Rayo Vallecano de hoy en día, es un equipo que el aficionado asocia directamente a fútbol en estado puro.
Muy buenas fueron las sensaciones de los recién llegados. Cristian Álvarez dejó muestras de su seguridad bajo palos, al igual que Abdolulaye tiene pinta de ser un central de garantías para una posición que trajo de cabeza el curso pasado. Quini demostró la madurez del que lleva toda una vida jugando en primera, mientras que Kakuta levantaba de sus asientos a más de uno con su sobrada calidad. Jonatan Pereira se fajó de lo lindo con la, posiblemente, mejor pareja de centrales de la liga, mientras que Manucho dio síntomas de ser un delantero que tiene claro lo que quiere Jémez de él. Pero la noche del veinticinco de Agosto, por encima de todo, quedará grabada cómo la noche en la que un menudito mejicano enamoró a la grada de Vallecas. Se agotan los calificativos para describir el partido de Javier Aquino. Algunos hasta pedían un cambio de nombre en el metro de Portazgo por el del futbolista azteca.
Calidad, talento y rapidez se agolpan en un futbolista mágico que seguramente Ansaldi vaya a tardar en olvidar. Tal fue el impacto, que la afición no dudó en corear su nombre en una de esas tantas veces que el mejicano iba dejando atrás a jugadores colchoneros.
Vallecas disfrutó de su equipo. Un equipo con alma, un equipo con corazón de equipo grande. Queda inaugurado el estado de ilusión.
Antonio Morillo (@AMorillo17)