Me alegré sobremanera de las palabras de Paco Jémez en Unión Rayo en la entrevista que vosotros mismos les realizasteis. Tenía que llegar, y llegó, el momento donde alguien le preguntase al técnico del primer equipo sobre el campo principal de la Ciudad Deportiva. Claro, conciso y sin rehuirlo, Jémez contestó que ese césped se utilizará por todos y cada uno de los equipos de la base mientras que se encuentre en sus óptimas condiciones. Y ahora parece que lo está. Y si el césped está bien, el Rayo Vallecano B estará bien. Apuesto con quien sea. Cuestión de naturalidad.
Pocos son los campos en este grupo VII de Tercera División con las dimensiones y características del campo 5 de la Ciudad Deportiva. Y sí, dio la casualidad de que el encargado de estrenarlo fue un Móstoles acostumbrado a trabajar sobre una superficie similar. Pero dicho choque, a pesar de acabar con el luminoso intacto -lluvia aparte-, sacó a la luz un mayor afloramiento de ciertas virtudes que todavía no se habían comprobado sobre lo sintético.
Me explico. Es obvio decir que esté equipo luce mirada y sonrisas asesinas con espacios dentro de su campo de visión. Se reflejó, en una doble vertiente, en un Alberto Lozano al que, sin brillar demasiado, se le intuyó más comodidad y que, tras la expulsión de Shafa, el conjunto de Diego Merino pareció sacar fuerzas y pulmones remozados en un segundo acto donde dichos espacios se vieron acrecentados.
Destellos también aplicables a los laterales. Tanto Sergio del Valle como Sergio del Pino, sobre todo el primero, vieron ampliada la confianza en las subidas y en las coberturas a los centrales –adherido también a la opuesta-, conscientes de que la naturalidad del verde no iba a jugarles malas pasadas. Y, por último, en una zona atacante, la de las trincheras, bombas y ruido de ametralladoras, donde Uche, Juancho, Isra o Álex Fernández -el balón ya empieza a quererle como antes- pueden causar estragos, romper cinturas y provocar esas onomatopeyas que mezclan furor en el compadre y humillación en el adversario.
Y es que en el fútbol, como en la vida, las cosas salen mejor si la naturalidad con la que se realizan va en la misma proporción. Y la naturalidad para este Rayo B se refleja en grandes dimensiones, espacios agigantados y posibilidad de emular a las gacelas. Naturalidad, al fin y al cabo, es contradicción con lo artificial.
Diego Gómez (@DiegoGomezHdez)