LA ESCUADRA
Si pierdes la fe en el fútbol, ve a un Cádiz-Rayo; si pierdes las ganas de seguir animando, ve a un Cádiz-Rayo, si no recuerdas por qué tienes el corazón franjirrojo, ve a un Cádiz Rayo.
El partido del sábado fue de esos que hacen afición, de esos en los que los hombres y mujeres de seguridad son felices por no tener que mirar el césped, porque en la grada está el espectáculo; de esos a los que te llevas a tu primo, al que no le gusta el fútbol, para demostrarle que esto no va de deporte, sino de sentimiento.
En el momento en el que puse un pie en Cádiz, me di cuenta de que esto era diferente. Se respiraba diferente, se vivía diferente, se sentía diferente… La ciudad llena de gente con la camiseta del Rayo, mezlados con casacas amarillas. Personas de ambos sexos y de cualquier edad, desde los más fiesteros a los más familiares… todos tenían cabida.
Ya en la previa, la fiesta era total; pero en el campo, esto se llevó hasta límites insospechados. El ruido era ensordecedor, hasta tal punto que casi no se escuchaba a los aficionados del Rayo (llamen a Iker Jiménez). La grada rugía, mientras sobre el verde parecía que los jugadores estaban más pendientes del ambiente que de la pelota, vaya caraja. Pero el resultado es harina de otro costal.
Ningún rayista debería dejar este mundo sin vivir un Cádiz-Rayo, y si es fuera de casa, mejor, que así se descubre una ciudad nueva y el Ramón de Carranza no se cae a cachos. Esperemos que para la vuelta tengamos un estadio decente en el que recibir a nuestros amigos amarillos igual de bien que lo hicieron ellos.