LA CONTRACRÓNICA
Ted Striker, ex-piloto de combate no puede evitar mostrar su inquietud esperando a que su vuelo despegue. La señora del asiento contiguo le pregunta si esta nervioso y Striker asiente. La señora inquiere si es la primera vez y Ted le dice que no, que ha estado más veces nervioso.
Yo también lo estaba en la previa del Rayo-Leganés, con las ganas de ver a Míchel saltar y sumar una victoria en mi primera visita al campo está temporada (lo sé, ya tardaba).
Roto el hielo con este chiste debo decir, en honor a la verdad, que descargo de responsabilidad de la derrota final a Alejandro y Marcos por invitarnos, a mi amigo Beni Hernandez por el buen rato pasado, a los jugadores, a Míchel e incluso a mi acompañante, Paola, que no ha visto victoria local en los tres eventos deportivos a los que me ha acompañado hasta el momento. Asumo la mía en condición de gafe irresponsable que puso por encima de todo sus ganas de ver a esta franja en plena mejoría y de introducir en su hija el veneno del fútbol puro, ese que solo se ve en el estadio y que ni la comodidad de las mil repeticiones en tu sillón calentito con tu cerveza puede superar.
Solo puedo explicármelo así, pidiendo perdón porque mi hija, divertida con el ambiente de la grada, una más de espaldas desde el minuto 10 al 12 en protesta por el fútbol de lunes de espalda (perdón por la repetición necesaria) al aficionado, miraba al campo sin entender en una especie de WTF de manual. Yo veía al Lega y pensaba “¿ Os gustan las películas de gladiadores?
El Leganés salió al campo a pelear cada metro de terreno, a ganar cada balón dividido, a aprovechar cada duda del árbitro y a atormentar a la grada desnudando las carencias de la franja, expuestas hasta la desesperación por los delanteros y medios pepineros por que los defensas durante la primera mitad estuvieron casi inéditos. La sorpresa del respetable era general y echaba de menos al vigués (a Comesaña, no al otro) con su dinamismo y de más a Imbula, que visto en el estadio agrava más la sensación de que conduce en exceso, protege mal el balón y decide mal casi siempre. La ausencia de Santi y el día regulero de Trejo desconectaron a Embarba y De Tomás y la primera hora tampoco fue la de Álex Moreno y Advíncula que ofreció una ruleta y un metro libre a Braithwaite, que aprovechó su apellido inglés siendo danés para rematar solo como la una y adelantar a los de Pellegrino (0-1) .
¿Quién podría esperar que el Leganés fuera fuerte a balón parado? ¿Marcaje zonal o jugadores defendiendo con el fuego de su mirada?
Ya lo dijo Steve McCroskey, del control de Chicago. Elegí un mal día para dejar de fumar.
El caso es que llegó el descanso, por suerte, y tras certificar mi heredera que las condiciones higiénico-sanitarias del baño femenino del Campo de Vallecas siguen siendo las de antaño, nos dispusimos a ver si el evidente enfado de Míchel se transformaba en algo positivo.
El técnico movió el árbol y comenzó fuerte la segunda parte. Abdou a la caseta, amonestado por árbitro y entrenador con merecimiento y Franco Di Santo a la cancha, más tanqueta de Leganitos que Massiel. Delantero dentro, defensa fuera. El cambio hizo dar un paso atrás al visitante y el Rayo salió algo más incisivo pero no hacía daño al rival. Pareció hacérselo Nyom, que en un cruce de cables se creyó en una reyerta en La Cubierta y compró todas las papeletas para una roja previsible en un partido de tanta tensión. (¿Has estado alguna vez en una prisión turca?).
Su acción esquinera y sucia acabó con el zaguero en la ducha y su equipo con uno menos, en lo que pareció acercar el empate de la franja pero vinieron dos noticias, una mala y una peor. La mala fue que el Leganés mutó en Getafe (maldita vecindad) y la peor que Míchel formó un embudo. Sacó del campo a Embarba para meter a Pozo intentando buscar pase interior y disparo y añadió soledad a las laterales. La suerte es que lo corrigió pronto sentando a Trejo, que salió del campo como aquel marinero que bailaba junto a Ted Striker al ritmo de los BeeGees por Staying Alive, señalándose un cuchillo en la espalda al ser levemente pitado por la grada. Álvaro García propuso frescura, vértigo y ganas convirtiéndose en el perfecto socio de Álex Moreno, generando espacio para Pozo, fijando ese lado para que Advíncula por el otro también centrara y animando a RDT a cazar remates como el que convirtió a Cuellar en Oblak para desazón mía y de mi pequeña, ya integrados en el grito, el cántico y la protesta pertinente al trencilla que consintió, siempre lo hacen, las perdidas de tiempo del arquero vencedor. (Elegí mal día para dejar de beber).
En estas estábamos cuando Pozo quiso repetir los goles ante Athletic Club o Barça y su fe (y un defensor) no movió montañas sino el balón, obligando a Pichu a despejar mal, a Álvaro a meter el empate y a Paola a cantar el “The Final Countdown” (1-1).
Nos las prometíamos tan felices que cuando Amat regaló el saque de esquina se hizo un silencio. Vallecas lo vio venir.
En el área se ven varias escenas que analizaré tras mil repeticiones vistas ya en casa (para poder entenderlo).
Dos zagueros hablan de médicos, con una charla así:
– Tendremos que llevarlos al hospital.
– ¿Qué es?
– Un edificio grande, blanco, y a veces no hay camas.
Mientras tanto, En-Nesyri salta por encima de ellos y remata. Amat, al que el balón va a golpear agacha la cabeza buscando una lentilla y Di Santo y Dimi discuten si la zona blanca es para la inmediata salida y entrada de pasajeros o ¿era la zona roja?. El balón entra manso, el Rayo rema para nada y el Leganés se adelanta (1-2) mientras pienso que elegí mal día para dejar de esnifar pegamento.
Míchel miraba a todos lados extrañado preguntándose “¡Qué raro! Jim nunca toma una segunda taza de café en casa”, mientras intentaba el aterrizaje de emergencia envuelto en sudores. No hubo modo, esta vez nos estrellamos. O quizá no habíamos despegado del todo.
Ya lo dijeron en la película. No hay ninguna razón para alarmarse y esperamos disfruten del vuelo. ¿Por cierto, hay alguien a bordo que sepa pilotar un avión?