Era una bala de oro para el Rayo Vallecano para reengancharse a la zona del playoff y recuperar la ilusión por el ascenso. Aquello de apelar a las ‘finales’ suena muy tópico, pero el Carranza desprendía hedor a partido grande, de esos que hacen marca en la categoría. Bajo la tutela de la intensidad y la garra ambos salieron a decir “aquí estoy yo”, pero muy pronto el Rayo se hizo con el dominio y el Cádiz se esfumó.
Al monólogo franjirrojo durante los primeros 45 minutos sólo le faltó el ingrediente más importante: el gol. Los franjirrojos bailaron con la pelota sobre el tapete del Ramón de Carranza, inutilizando a su rival y encerrándolo en su área. El fútbol era sobresaliente, probablemente uno de los mejores de toda la temporada, pero las mallas no se movían y el crono, sin embargo, corría sin parar.
Álvaro García, de vuelta en la que fue su casa pero sin la presencia del que fue su público, tuvo las más claras en dos zurdazos desde el costado izquierdo que se marcharon desviados. Saveljich, de cabeza, la estrelló en el larguero, pero estaba en fuera de juego.
Para los anales de la historia quedará la amarilla que vio Advíncula por, literalmente, no hacer nada. En un balón dividido, Quezada pisa mal, se rompe y cae al suelo, pero el árbitro -con la aprobación del linier, el cual estaba a medio metro- decide que cayó por una falta del peruano y lo amonestó. Se pueden imaginar el rostro de incredulidad del lateral.
Tras el paso por el túnel de vestuarios el Rayo mantuvo la tónica, pero recuperando la certeza de cara a puerta. Trejo inició una travesía espectacular por el centro del campo para encontrar el oro: regate, pared y definición por el primer palo de David Gil. Erra el portero, pero era un balón difícil. El Carranza se volvió aún más silencioso.
A partir de ese momento cambió el aire en Vallecas. El equipo, que atraviesa uno de los años más convulsos y extraños de su historia reciente, empezó a sentir que sí se podía, que por qué no, que claro que se podía. Más que un gol fue una inyección de confianza. El Rayo recordó lo que es sentir ilusión y eso es oro.
No comparecía el Cádiz sobre su propio estadio, pero más por mérito rival que por demérito propio. Jémez pidió veteranía y madurez para los últimos minutos, no se podía escapar lo logrado. Pero se escapó, otra vez se escapó.
El Rayo regaló una catarsis defensiva impropia del partidazo que estaba realizando. Álvaro Giménez, tras un pase de Alejo, recibe completamente solo en el centro de la portería. Le da tiempo a controlar, levantar la cabeza y batir a Dimitrievski por bajo. Los vallecanos hicieron gala del noble arte de despertar y resucitar al rival cuando todo parecía sentenciado. Para más ende, Montiel fue expulsado por una patada a destiempo sobre Lozano y no estará ante el Fuenlabrada.
Fue un domingo extraño, porque se antoja atípico vivir un Cádiz – Rayo (o viceversa) sin una gran fiesta previa, porque el líder no pareció serlo y porque el Rayo pareció volver. Fue un espejismo liquidado de manera atroz en los minutos finales. Ya van muchos capítulos de esta temporada. El chocotazo se esfuma y la ilusión, desaparece. Cosas del Rayo.