Seguir al Rayo Vallecano, ver sus partidos o escribir sobre ellos es un laberinto con mil posibles salidas. El problema es que casi ninguna es buena.
Eso debió pensar su entrenador cuando se decantó por Luca Zidane, un buen portero al que le pesa demasiado el apellido que le abrió mas de una puerta.
Cuando vuelves a jugar siempre te dicen que en las primeras intervenciones no arriesgues, que juegues fácil. En su primera acción en Málaga, Zidane no quiso complicarse y un balón sencillo para descolgar del cielo lo despejó con la actitud de quien no cree en lo que está haciendo.
El fallo lo aprovechó el equipo boquerón para adelantarse y lograr la tranquilidad que necesita un equipo que llevaba cuatro meses sin ganar en casa.
El problema de los laberintos es que siempre terminas en el mismo punto y Luis Advíncula lo sabe, por eso descuida su marca, permite el gol rival, el segundo y se queja de un compañero, “el nuevo” Pascual, que sí estaba cumpliendo con su obligación.
El peruano sabe que pase lo que pase jugará. Empieza a parecer raro.
En la segunda parte la franja salió a por todas pero no encontró el camino, o mejor dicho solo encontró uno, la banda izquierda, pero la persistencia esta vez sin acierto de los García, que fueron de lo poco rescatable del equipo, no encontró la salida y el Santa Inés se fue diluyendo como un azucarillo.
Los cambios de Iraola buscaron dinamizar el ataque pero enmarañaron el partido con un Bebé descolocado, un Qasmi inexistente, un Jony tan voluntarioso como poco acertado, un Ulloa que ficha y se va y un Andrés horroroso.
Ya es mala suerte que tengas cinco alternativas para dar la vuelta a un partido y ninguna le dé una patada a un bote.
El Rayo no encuentra el camino y pierde partidos ante conjuntos simplemente ordenados, trabajadores y con ganas de ganar.
Quizá sea eso, yo que sé.