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Rayo Vallecano 1-1 Sevilla: ‘Siempre nos quedará Bebé’

Ante los problemas de gol, siempre nos quedará Bebé. Algo así dijo Humphrey Bogart en Casablanca, pero tiro de memoria. Referencia clara a un genio de la potencia con genialidades a cuentagotas, pero asiduas en los momentos importantes. Una suya pudo llevar a la Franja a La Cartuja -no hablemos de ese tema- y otra, casi rompió la maldición del 2022. Fue un sí pero no. Un amago de resurrección que, pese a quedarse a medias, sí espantó algunos fantasmas del descenso. El mejor local de Europa dio síntomas de vida. Y con 33 puntos aún por jugarse, no guarden el tablero, que hay partida.

La papeleta del once tenía problemas a babor y a estribor. Sin Isi ni Álvaro García, velas mayores de un velero que basa gran parte de su vida en la velocidad, los elegidos fueron Bebé y Nteka. El primero se santificó; pero el segundo volvió a enseñar las costuras propias que evidencian sus problemas en la posición. No puede jugar ahí por colocación pero, sobre todo, por físico. Verle con las manos en las rodillas a la media hora no inspiraba pundonor ni a la grada ni a sus compañeros. Era similar a ese bajón que te hace plantearte si la noche a lo mejor no va a ser tan memorable… A las 2 de la mañana.

El resto fue lo esperado, con Dimi volviendo a la portería tras el funesto domingo de Luca en Cádiz. El macedonio se zampó el que pudo ser el primero: una volea de Rafa Mir a la salida de un córner, parable, pero que se le coló en los guantes. Demasiada mantequilla para tan poca confianza. Una balanza que fue tornándose con el paso de los minutos. Como la del dominio. El Sevilla fue mejor de salida y el Rayo con el transcurso de la vida. De los uys.

El más lamentado de la primera parte, para los vallecanos, fue una vaselina de Sergi Guardiola que se estrelló en el larguero. También perdonaron Santi y Catena, ambos de cabeza, ante los dominios de Bono. El mejor del primer capítulo, con permiso de un incisivo Ocampos, fue Óscar Valentín, cuyas clases están empezando a ser cátedras. Físicamente es de los jugadores que mejor está llegando al tramo final y futbolísticamente, el que más sin duda.

Sólo llevaba 2 minutos la segunda parte cuando Bebé hizo su aparición estelar. Rompió a Augustinsson desde la derecha y donde cualquier mortal habría buscado un centro, él armó el disparo. Un obús altísimo que hundió los guantes de Bono. Y desató la locura. El Rayo perdonó varias contras y lo pagó, como manda el dicho. Tras un polémico empujón no pitado sobre Comesaña, Delaney remató un balón a la espalda de Fran García. Duró poco la alegría, apenas un cuarto de hora. Pero fue intensa.

Iraola acabó con Mario Hérnandez de extremo y Sylla, en el otro costado. Buscando una victoria que no llegaría, pero dejaría 1 punto de tintes dulces. Y taquicárdico. Porque Martínez Munuera, en otro arbitraje indigno de Primera, señaló un penalti que el VAR tuvo que corregirle por una falta previa de dimensiones grotescas. Tuvo la penúltima Trejo en una jugada maradoniana que acabó zanjando Gudelj. Y las últimas el Sevilla, obligando a Dimitrievski a volar como el Santo de Kumanovo que hace unos meses era. Y puede estar volviendo.

El Rayo plantó cara al segundo, tal vez mató LaLiga y tranquilizó las agitadas aguas del 2022. El gol sigue siendo un problema pero, al menos, Vallecas ya entona aquello de ”siempre nos quedará Bebé”. Hay resurrecciones que se cocinan a fuego lento.

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