Ya no sólo ruge el León de Nevir, también lo hace el Tigre de Vallecas. Porque Falcao, aunque sea de Santa Marta, es oficialmente hijo adoptivo del barrio. Debut, gol y zarpazo. Sólo necesitó 11 minutos. Aterrizaje imparable en un derbi histórico. Y es que hay algunas recetas cuyos ingredientes cualquiera recitaría de carrerilla: la salsa alioli lleva huevo y ajo; la mayonesa, huevo y aceite; y un Rayo-Getafe, intensidad y polémica. Está escrito en las tablas de la ley, a este partido hay que venir con bocata y casco. Por lo que pueda pasar. Fue una hora del vermut ajetreada para recibir al Tigre, que empezó sentado en los camarotes del Santa Inés y acabó ondeando una franjirroja en lo más alto del mástil. Ya está aquí, ya es un ídolo.
Su zarpazo selló una guerra victoriosa para su buque, que navegó al son de Trejo: recital número… Ya se ha perdido la cuenta. Vallecas, que lo ovacionó, no sólo es su casa, también su jardín. Es el otro Tigre, el de Bengala. Y el barrio, mientras, eufórico, porque tiene un equipo que no juega al fútbol, hace arte. Todo está trabajado al milímetro en la pizarra de Iraola, desde los esfuerzos hasta las coberturas. Desde lo mental hasta lo táctico. Su Rayo es un equipazo que, si no se distrae ni pega volantazos, apunta verdaderas maneras.
Y eso que el Getafe encendió las alarmas con un derechazo de Ünal a los 2 minutos que dejó temblando la portería. Pero fue un uy de esos que te despiertan como un café. Porque a partir de ese momento el Rayo metió quinta y fue imparable. Bebé, novedad en sustitución de Alvarito, hacía virguerías en la banda sin percatarse de que el gol se estaba cocinando en el área: Djené, de forma torpe e involuntaria, golpeó a Nteka en la cara sin el balón en disputa. El central sólo quería cuerpear, disputar la posición, pero cometió un accidente que mandó a Cordero Vega al VAR.
Tras verlo en el 16:9 de una banda repleta, el colegiado señaló los 11 metros. El estupor y la incredulidad se apoderaron de Míchel y sus soldados, que entendían la acción como fortuita. Celebró Vallecas, saboreando el olor del que sería el primer cañonazo. Trejo asumió la responsabilidad, engañó a David Soria y besó el escudo. Fue el aperitivo y a la vez, la guinda, a su show particular. Un partido de sobresaliente, liderando, presionando y bailando. Actuación extraordinaria para cualquiera y cotidiana para él. Un día más en la oficina, si eres el Chocota.
El Getafe tenía un agujero negro en su centro del campo: el experimento de Míchel, de poner a Chema (que pudo ser jugador del Rayo este verano) en el timón fue un fracaso estrepitoso, tanto, que lo quitó al descanso. Era el minuto 50 y ya había ocho jugadores amonestados (el partido acabó con 13 amarillas), resumen breve y certero de lo que estaba siendo la guerra. Más pausas que pases. Pero entre el tumulto, poco después, construyó dos la Franja: Catena, a las manos de David Soria y Saveljich, a la jaula, pero anulado por fuera de juego.
A esas alturas ya todos miraban a Falcao, que calentaba en la banda con energía. Iba a debutar, Iraola lo tenía claro. Y lo metió en el 70′ por Nteka. El recibimiento fue impresionante, con la grada rendida a uno de los fichajes más galácticos de la historia del club. Él, concentrado, dejó escapar una leve sonrisa al sentir el cariño de su nueva familia. Y desde ese momento, manos a la obra para picar piedra en la búsqueda del gol, que no se hizo esperar. En una acción de killer total, recibió dentro del área un pase de Ciss, se orientó el balón al cañón derecho y fusiló al palo largo. Primer zarpazo, primer rugido. Falcao ya está aquí. Y ha venido a hacer lo que mejor sabe: goles.
El Rayo, que no estaba sufriendo absolutamente nada atrás, sentenció con ese trallazo, pero antes disfrutó de la primera diana de Ciss. Unai López puso un córner al segundo palo, Catena devolvió el balón al corazón del área y Pathé, más solo que la luna, lo empujó con la cabeza. Mano al oído para recibir el jolgorio y beso al césped. Esa fue su celebración. La de Falcao, besando el escudo, puso punto y final a una hora del vermut que firmaría el mismísimo Baco. Porque, para redondear la obra de arte, Dimitrievski le detuvo un penalti a Ünal. Paradón.
Vallecas es un fortín inexpugnable: dos partidos, dos goleadas, dos victorias. Y no sólo eso: siete goles a favor y ninguno en contra. El Santa Inés navega a toda vela. Y su Tigre ya ruge.