Lo tuvo el Rayo Vallecano, que peleó, manejó, rondó y perdonó el gol en Montilivi. El partido fue un alarde a aquel tópico de que hay que pelear cada balón como si fuese el último. Un homenaje a aquel ‘un vallekano nunca baja los brazos’ que suena muy bonito, pero vale poco a la práctica. Porque en este deporte sólo cuentan los goles y la sequía de pólvora, una vez más, se hizo latente. Fue la pega a una noche de notable que acabó en suficiente. El punto tiene texturas dulces, porque devuelve al equipo a la zona de playoff a falta de una jornada para cerrarse este horripilante 2020, pero no es una victoria.
Los de Iraola salieron a no titubear durante los primeros diez minutos, asediando al rival y obligando a Juan Carlos a que France Football reconsidere su decisión de elegir a Yashin como portero del Dream Team histórico. Una vez tras otra llegaban los vallecanos y todos los disparos tenían el mismo denominador común: los guantes del de Guadalajara. Álvaro tuvo la más clara a bocajarro, pero no atinó en su disparo con la pierna mala. Fue el uy más claro, pero hubo más: Calavera la mandó a su propio palo, Juan Carlos frenó de nuevo a Álvaro y Catena, en un chut raso y cruzado, la tiró fuera.
No hubo manera en la primera parte. Tampoco sufrimiento: sólo Sylla amenazó a Luca Zidane, pero la anticipación de Catena dejó todo en nada. Se mantuvo el guion en el segundo tiempo: salida en tromba de un equipo con todo claro menos lo importante, la pegada. El Rayo mandaba con rostro de león y arañas de gatito. Duró poco. Francisco dio entrada a Couto y Cristóforo (en la primera parte, por cierto, se lesionó Luna, otro ex rayista). Y la dinámica cambió, porque el Girona dio un pase adelante y encendió las alarmas en el barrio.
Luca Zidane, con un paradón, evitó el gol del Girona en un libre indirecto dentro del área. Los catalanes cedieron hacia Monchu y el disparo del mediocentro fue detenido por el portero, que ya acumula tres partidos defendiendo la Franja y cada vez está más suelto y seguro. Apretó el Girona en el primer cuarto de hora de la segunda parte y la vacuna a esa catarata fue Comesaña, que entró por Pozo y aportó calma en la tempestad.
Pero no dinamita. El partido entró en el bucle de la monotonía y lentitud, sin apenas ideas ofensivas y con más miedo al error que ganas de sacar las varitas. El Girona se estiró y tuvo el gol en la cabeza de Stuani; el Rayo, en las botas de Antoñín. Ambos estaban poseídos por el mismo espectro, el del error. Y en esas murió el partido, sin dianas y con bostezos. Casi sin ocasiones. Fue mejor la primera parte que la segunda.
El empate permite al Rayo recuperar la plaza de playoff (que le había arrebatado provisionalmente el Mirandés) y hace que dependa de sí mismo para tomarse las uvas en zona de promoción. Para ello deberá vencer el próximo domingo a Las Palmas (Estadio de Vallecas, 18:15h). Antes, ronda de Copa del Rey contra el Teruel (jueves, Campo Pinilla, 19:00h, Unión Rayo estará contándolo en directo). Son los dos asaltos que le quedan al Rayo este 2020. El de Montilivi fue un combate nulo.