LA CONTRACRÓNICA
Hace un año el Rayo Vallecano vencía en Pucela y nos regalaba de Reyes algo de aliento y de esperanza. Entonces creíamos tanto en sus majestades como mi cada vez menos pequeño Gonzalo,quien os contaba que tenía fe ciega en la potencia de los pajes,que hacían llegar los caramelos hasta un cuarto piso en la Avenida de la Albufera desde donde desde hace muchos años vemos la Cabalgata.
Esto año no. La franja ha derrotado al Girona, el conjunto que puso uno de los primeros clavos en nuestro ataúd para caer finalmente enterrado en el mismo camposanto de segunda. Como digo ha ganado, pero no esperamos demasiado de él. Nos pasa como a Gonzalo, que de regreso a casa ha confesado que nos ha visto lanzar caramelos desde la otra punta de la terraza y malicioso ha dicho no querer estropearnos la ilusión.
El Rayo por un día se pareció a mi hijo. Quiso que mantuvieramos la emoción con unos treinta y cinco minutos vibrantes en los que Pozo fue el del anuncio chocolateado, Embarba fue Embarbeckham, Piovaccari pareció un nueve incordio y hasta Tito hizo de Cafú pero por el costado izquierdo. Tanto fue así que el capitán centró al segundo palo,el ariete le puso fe y el rechace llegó a Catena, que adelantó al Rayo cantando a Aute.
“Pasaba por aquí, pasaba por aquí, ningún teléfono cerca no lo pude resistir, pasaba por aquí”.
Los peloteros del Rayo Vallecano son tan buenos empleados que con el gol casi boicotean el minuto 28, el elegido por la afición rayista para mostrar y abrir sus sentimientos de par en par.
Son tan, tan, tan buenos empleados que tras unos minutos de euforia por el gol, trataron el partido como si en lugar de ello se tratara de un gris día de oficina en el que arrancar horas extra haciendo el holgazán para retrasar la entrega del informe de turno.
En unos minutos supimos que nos habían vuelto a tomar el pelo y el descanso dio más alivio que entusiasmo.
Se abandonaron tanto que Stuani apareció y estuvo a punto de traerles carbón, pero su disparo tras mandar a Catena a la ortopedia a por una cadera nueva fue al poste mientras Dimi disimulaba estar tumbado tomando el sol, humillado por el engaño del killer charrúa.
Lo único que salvaría a la franja de la derrota sería un rival más negado que los de Jémez de cara a gol y eso fue lo que ocurrió con un Marc Gual desconocido con remates impropios del fútbol profesional, un Stuani deprimido y un equipo sin mordiente.
En ese momento llegó, de nuevo, el regalo de Reyes. Mientras el Girona apretaba y el Rayo perdonaba contras de tres contra uno la afición gritó, la hinchada cantó, Vallecas animó, y la emoción volvió al desvencijado recinto de tienda cerrada en día de partido y víspera de reyes, cacheos interminables a los aficionados del fondo, asientos llenos de mugre, cables sueltos y tubos a la vista, baños miserables y cero detalles como hubiesen sido recordar a los rayistas de pro que nos dejaron en 2019 o hacer una promoción de fútbol y familiar con el que acercar a los niños a la franja en este “Boxing Day”.
La voz de la grada llegó en firme eco por el juego de paredes de las calles Uceda y Juan Portas cerca de mi hogar y me hizo estar orgulloso, otra vez más del tesoro mayor con el que cuenta el barrio, sus personas.
Hasta Robert L. Stevenson estaría contento. La vida pirata es, sin duda, la vida mejor.
PD: Os dejo,que cuando leáis esto habré terminado, pero estoy envolviendo regalos con la botella de Ron.