Málaga, 12 de la mañana. Sol de justicia. En frente, dos equipos que estaban sorprendiendo en este comienzo liguero. A medida que se iba aproximando la hora del partido, este que les escribe se iba convenciendo cada vez más de que el Rayo estaba capacitado para sacar algo de “La Rosaleda”.
El escenario que me había encargado de interiorizar era fabuloso. El Rayo saliendo vencedor de Málaga ante la atónita mirada de un estadio que iba a estar hasta la bandera. Es lo que tiene seguir a un equipo que te invita a “soñar despiertos”. Te imaginas el guión más hermoso del mundo, empiezas por imaginarlo y al final acabas cayendo en la trampa de empezar a creerlo.
Por eso, he de reconocer que el comienzo de partido me dejó pasmado. Había caído con ilusa facilidad en que el curso de este Rayo iba a estar marcado por el éxtasis y la adrenalina, y es que el recuerdo de “Los Cármenes” todavía estaba reciente. No tuvieron que pasar diez, ni quince minutos, sino veinticinco segundos para darse uno cuenta de que ese mundo de purpurina y pompitas de jabón no tenía nada que ver con la realidad.
Eso fue lo que tardo el conjunto de Javi Gracia en generar la primera ocasión clara del partido, y eso fue lo que tardó el indomable corazón de Antonio Amaya en sacar bajo palos un gol que parecía cantado. De ahí en adelante ya saben. Un equipo que ganó en todo a otro y un severo correctivo que ha de estar lejos de ser tachado de hecatombe.
En eso, creo que buena parte del aficionado franjirojo está de acuerdo. Incluso el propio Paco Jémez al término del partido se encargaba de insuflar dosis de realidad a aquellos que, cómo este servidor, se habían encargado de creerse un ambiente más próximo a la fantasía que a la cordura.
Lejos de pasar por alto la dura derrota de Málaga, el partido de “La Rosaleda” ha de servir para concienciar a todos aquellos que perdiesen ese sentimiento de conciencia de que esto es el Rayo y esto es Primera división.
Nunca es fácil aceptar una derrota por cuatro goles, más cuando tu portero es el que más airoso sale. Sin embargo, y simplificando un poco todo lo sucedido, la lógica hizo bien su papel. Que el Rayo pierda en Málaga entra dentro de los cauces de la normalidad. Que tenga que producirse con el amargo aroma de la goleada, también.
Afortunadamente, si, repito, afortunadamente, este equipo ha perdido más que ha ganado. Por eso, la derrota se toma con naturalidad y la victoria es la mayor de las sensaciones que un aficionado a este equipo puede experimentar. En el horizonte espera el Eíbar, equipo que se encargó hace no mucho de recordar a la hinchada rayista lo que es ese sentimiento de la derrota más amarga. Y ahí estará la afición del Rayo, tan apasionada en la actualidad, cómo en aquella fatídica eliminatoria.
Antonio Morillo (@AMorillo17)