Piovaccari mandaba la bola por encima del arco de Cobeño en lo que podía haber sido la puntilla, un 0-3 que se hubiera antojado quimérico de remontar. Corría el ecuador de la segunda parte y he de reconocer que en ese momento me encontraba gélido. Gélido por la fea noche que nos había deparado Madrid, con el frío y la lluvia entrando en escena. Para más inri, el partido del Rayo no ayudaba a salir de ese estado de congelación interior en el que estábamos inmiscuidos las 10.000 almas que nos dábamos cita en el estadio de Vallecas. Intentaba dejar de lado esos pensamientos que iban brotando con más y más fuerza sobre mi cabeza, lastimándome de todo aquello que estuviera relacionado con un partido que, hasta ese momento, había sido un ejercicio constante de “quiero y no puedo” del cuadro de Paco Jémez.
Pero volvamos al principio. Piovaccari mandaba al limbo la oportunidad de sellar el 0-3 en lo que hubiera sido la sentencia casi definitiva. Lo que vino a continuación fue extenuante, mágico. Un minuto de pasiones reconciliadas con lo que es Vallecas elevadas a la máxima potencia. Un minuto de garganta, un minuto de locura, un minuto de no saber qué haces, poseído por el arma más potente que un ser humano pueda tener, la pasión. Esa de la que la afición del Rayo Vallecano hace gala allá donde va.
Centro de Licá y gol de Baptistao. 1-2. Saque de centro, el Eíbar pierde rápido el cuero, jugada por banda derecha y ahí estaba de nuevo el hombre de la sonrisa imborrable para hacer el 2-2. Todo esto en un minuto. La frialdad en ese momento daba paso al éxtasis. Iba a llegar, seguro que iba a llegar, era cuestión de tiempo. Va a ser una noche inolvidable, el Rayo iba a remontar, seguro que lo iba a hacer, estábamos todos convencidos de que ese tercer tanto iba a caer. Nadie podía parar ya al Rayo Vallecano.
Los minutos pasaban y los de Jémez seguían poniendo cerco a la portería de Irureta. Cada internada por la banda era un motivo más para creer en que era posible. Cada combinación de Bueno y Baptistao era un fulgor de adrenalina, ansiosos de que en una de esas el balón volviese a acabar en el fondo de las redes del equipo guipuzcoano.
Fue ahí cuando el fútbol nos recordó eso, que es fútbol, y aquí no tienen cabida la lógica y la razón. Por eso este deporte es tan hermoso. Faltaban cinco minutos para llegar al tiempo reglamentario. Rosquita de Abraham y gol de Arruabarrena. No podía ser cierto lo que acababa de suceder. El Eíbar anotaba el 2-3. ¿Cómo podía ser el fútbol tan cruel?. Lo fue y de qué manera con el Rayo. El partido agonizaba con los de Jémez buscando un segundo capítulo de “proezas vallecanas” en un mismo partido, pero el resultado ya no iba a cambiar.
Derrota del Rayo, tercera en Vallecas esta temporada. La derrota más amarga posible en una noche en la que el clímax, la pasión, la decepción y la tristeza hicieron su aparición en la barriada vallecana. Es momento de resetear el disco duro, el Santiago Bernabéu aguarda la llegada de ese equipo tan impredecible cómo emocionante.
Antonio Morillo (@AMorillo17)