Definitivamente, no. La derrota del Rayo Vallecano frente al Málaga no fue una derrota pasajera. Entiendo que el reto sea resetear rápidamente el disco duro interno y pensar en la Copa, pero lo vivido el pasado domingo en la barriada vallecana da lugar a muchos frentes.
Creo, sinceramente, que el hecho del que el Rayo se haya metido en puestos de descenso es lo más anecdótico del duelo. Al fin y al cabo, estamos en el capítulo quince de la película, y que los de Jémez fueran a bailar con la zona caliente, era lo lógico y normal. Intentando huir del pesimismo recalcitrante, si es cierto que el partido frente al Málaga da lugar para la crítica, pero una crítica que ha de ir desde el utillero hasta la última persona que ha decidido abonarse a la franja.
Vallecas, cuna de la pasión y del idilio incondicional hacía un escudo, ha ido perdiendo su aura. Quizás sea por mi consolidada ‘taruguez’ disfrazada de despiste, pero lo cierto es que, a medida que iba bajando la Avenida de la Albufera, miraba el móvil una y otra vez para comprobar que estábamos en fecha de partido. Si les soy sincero, hasta que no fui poseedor de mi pertinente acreditación, no concebí totalmente que el Rayo tenía un partido importante, muy importante.
De estos cuatro años que llevo visitando el estadio de Vallecas, hay una cosa que, especialmente, me ha dejado prendado para toda la vida, y esa es la denominada ‘misa de doce’. “Si, sin duda. Es especial, diferente, el paraíso para todo amante del fútbol”, comentaba recientemente a un íntimo amigo acérrimo al preguntarme sobre los partidos a las doce en Vallecas. Y lo sigo pensando, pero lo cierto es que, en esta temporada, ese ambiente enfervorecido de puro fútbol ha perdido su fuerza.
Recuerdo aquella derrota frente al Sevilla de hace dos cursos. Una de esas situaciones límite que, sin duda, obligó a todo rayista a sacar lo mejor de sí mismo. Aquel día se creó una cohesión que, a posteriori, sería fundamental para el desenlace del curso. Fue cuando entendí aquella denominación distintiva que siempre había acompañado al Rayo Vallecano. Porque una cosa es escuchar y otra diferente es sentir, y de esto último he aprendido mucho recientemente cuando he estado en entornos vinculados a la franja.
Por eso, creo que la derrota del pasado domingo no es una derrota más. El domingo perdió el Rayo en lo deportivo, pero lo más preocupante, es la sensación de vacío que reinaba en el estadio de Vallecas. Humildemente, pienso que ese ha de ser el reto de todos de aquí a un futuro próximo, y es que cuando equipo y afición han ido de la mano, el Rayo Vallecano ha mostrado lo que es, un club especial con una afición especial. Tan simple, tan complicado, tan lejos y tan cerca.
El año llega a su fin y en el horizonte tres duelos de rivalidad madrileña, el próximo frente al Getafe en Copa este miércoles. Buena oportunidad para limar asperezas del campeonato doméstico. En tiempos de reflexión, hay un arma indestructible, y esa es la pasión. La que ha demostrado el Rayo a lo largo de su historia, esa que, esperemos, vuelva a ser bandera de un club que busca de nuevo su duende.
Antonio Morillo (@AMorillo17)