El punto, al fin y al cabo, no era un mal resultado. El Granada había tenido oportunidades a lo largo de la segunda parte y sumar fuera de casa siempre es positivo.
Intuyo que buena parte de los aficionados del Rayo Vallecano tendrían una percepción similar a esta el pasado viernes cuando Kakuta iniciaba la última jugada de un choque que, hasta ese momento, había sido de todo menos emocionante.
Aparece Manucho por la derecha, Kakuta aguanta la bola que le llega al angoleño y…. …gol, gol de Manucho. Es el momento de la locura generalizada. Camisetas azules – vestimenta del Rayo el viernes – corriendo descontroladamente a abrazar al héroe. El banquillo liderado por Paco Jémez es un desfile de gente que ha perdido los estribos fruto de una emoción quijotesca. Las cabinas de prensa, un disparadero de caras largas rotas por tres “taraos” que, inconscientes de todo, no podían parar de gritar.
Había sido gol, si, había sido Manucho. En ese momento, pierdes la noción de todo. Abandonas el sentido de la responsabilidad ante el micro en detrimento de un éxtasis imposible de describir con palabras. Esos tres “taraos” nos mirábamos incrédulos, dudosos todavía de si lo que había pasado era producto de un dulce sueño o, simplemente, una proclamación de la realidad más gozosa que uno podía experimentar en ese momento.
A renglón seguido, suena el pitido final y el partido finaliza. El Rayo había ganado en Los Cármenes. No sé si conscientes de ello o no, pero todos los aficionados a la franja podían empezar a intuir que esa noche del 17 de Octubre de 2014 iba a ser difícil de olvidar por mucho tiempo.
En primer lugar por la heroicidad con la que se había conseguido la victoria. Ganar en el último segundo es el guión más hermoso para saborear las mieles de la victoria en el deporte del balompié. También porque la victoria la dió un tipo cómo Manucho. Es ahí cuando empiezas a poner en tela de juicio las casualidades y acabas convenciéndote de que el angoleño era el protagonista perfecto para un final de ensueño.
Porque Manucho es ese tipo que irradia alegría y pasión, sentimientos estos que se triplicaron por mil cuando el africano ejecutó ese remate. Por eso, y sin que sirva de precedente, no voy a creer en las casualidades, tenía que ser él. El primero de muchos goles, esperemos, con la camiseta franjiroja.
Gracias Manucho. Gracias por hacer enloquecer a una hinchada, gracias por hacer perder los estribos a tantos rayistas en la noche del viernes, y sobre todo, gracias por escribir un nuevo capítulo de “soñar despiertos”. Próxima estación: Málaga.
Antonio Morillo (@AMorillo17)