Desde la primera jornada (contra el Mallorca) el Rayo Vallecano no gana un partido fuera de casa. Aquel triunfo invitó a sacar el champán y apuntó al optimismo más ambicioso, pero fue un espejismo es un equipo enquistado cuando sale de Vallecas. Esa es la realidad: desde aquel 13 de septiembre los soldados de Iraola no ha retornado al barrio con los tres puntos. Por lo que sea, por cómo sea, nadie lo sabe, pero la realidad es que algo falla en los partidos a domicilio y ya es preocupante.
La Franja hizo un buen partido, es cierto. Fue un equipo dominante, valiente con la posesión y que agarró la vara de mando desde el primer minuto. Pero no tuvo suerte de cara a puerta. Todo lo contrario que el Lugo, que prácticamente en la primera del partido sacó a pasear la escopeta: balón muerto a centro de Herrera que acabó rematando Juanpe tras una acción embarullada.
Los vallecanos se echaron adelante como un puma, sin miedo al rival y con la absoluta convicción de sentirse superior, tanto en plantilla como en seguridad y planteamiento, pero a la hora de mirar a la portería de Cantero, los pocos más de 7 metros de longitud del arco se convirtieron en milímetros. Era imposible encontrar huecos, una misión frustante para un equipo que poco a poco fue perdiendo los nervios.
La segunda parte eclipsó la totalidad del partido: fue un asedio del Rayo. Isi lo intentó con un zurdazo desde la frontal, Advíncula con un cabezazo dentro del área, Catena se encontró con el palo y Ulloa, de volea casi marcó a bocajarro… Ocasiones, ocasiones y ocasiones, pero ninguna se convertía en gol y todas aumentaban los nervios de Iraloa. La fórmula con Andrés Martín en punta y Antoñín en banda no estaba dando en absoluto sus frutos.
La imagen del equipo fue, a la vez, la de la bravura y la impotencia. La de quien se negó a bajar los brazos y lo intentó hasta el final, pero se sintió incapaz de encontrar el gol y acabó ahogándose de la manera más cruel posible, tras nadar millas y millas para morir en la orilla. Mereció algo más el Rayo, porque fue infinitamente superior, pero sin gol no hay paraíso. Sin gol no hay ascenso.
La derrota mantiene a la Franja enganchada a la zona alta, pero es un nuevo paso hacia atrás para un equipo enquistado lejos del barrio. Desde la primera jornada no se ha vuelto a ganar fuera de casa y, es más, sólo se ha cosechado un punto (en el Carlos Tartiete contra el Oviedo). Todo lo demás han sido derrotas. Sale el sol cada vez que el Rayo juega en su casa, pero salir de ella es una completa pesadilla. La maldición continúa.