No se puede tener todo en la vida. Por un lado, el Rayo precisaba un delantero más que nunca. Tras una semana infinita en la que la palabra ‘gol’ sobrevolaba la cabeza de cualquier rayista, la franja enfilaba Los Pajaritos con la esperanza de que encontrar su aspirina particular. De encontrar a Ulloa.
Y Ulloa apareció. Sí, como aparecieron los clichés de siempre. El argentino sigue teniendo demasiados complejos con la elástica vallecana, como el no haber marcado aún en Vallecas y no convencerá a la parroquia por una actuación, pero es un comienzo. Y su doblete, balsámico a nivel moral. Porque ya es el pichichi del equipo, un mínimo, vaya.
El Rayo empezó siendo superior, controlando el partido y acechando la portería de Dani Barrio. Bajo la varita de Joni Montiel, titular y el talento de un inspirado Pozo, los de Jémez atacaron y mordieron primero.
Álvaro García envió un balón al área, en forma de caramelo, que Ulloa sólo tuvo que empujar a gol. “Hay que estar ahí dirían algunos”, no les falta razón. Como también estuvo donde tenía que estar Calero, en el punto de penalti, para empatar escasos minutos después.
El Rayo sufría en las contras rivales y poco a poco se iba difuminando, para variar. La madera, Dani Barrio y un juego tosco de cara a puerta impidieron a los de Jémez irse con ventaja al intermedio.
En la segunda parte llegaría el zarpazo del león, el rugido de un felino aún muy cachorro, pero que va creciendo. Ulloa. Centro de Pozo con la zurda al segundo palo que el ariete empujó a las mallas.
La franja se la prometía feliz, pero quedaba la eterna quimera. Aguantar el marcador; un imposible.
Moha aprovecharía un doble error de Mario Suárez para igualar la contienda. El medio, primero, pierde el balón en la salida y, segundo, desvía el chut. No logró pararlo Morro. Desastre.
A partir de ahí se desató un combate de boxeo plagado de corazón pero con poca cabeza, por parte de ambos. Los dos pudieron ganarlo y perderlo, pero el destino quería que el Rayo, en el año de los empates, empatase.
Las aspiraciones de ascenso pasan por corregir lo que parecían detalles, pero que ya son casi tatuajes. La autoridad del equipo brilla por su ausencia, el Rayo no impone, no se hace imponer. Incumpliendo así la primera norma de quien quiere jugar con los mejores. Porque si no lo eres, al menos, parécelo.
Los Pajaritos helaron a la franja y convierten lo que parecía una resurrección total en un amago de nada. Ulloa rugió, ya tocaba, pero el Rayo sigue envuelto en una quimera futbolística.
El Rayo es un déjà vu.