Europa llegará o no, pero Vallecas merecía esto. Sentirse orgullosa de su equipo, de cómo muerde en cada balón, como le jode -si me perdonan la expresión- cada fallo y cómo hace piña en cada gol. El Rayo, después de casi una década de desidia e insipidez, por fin está volviendo a representar a su gente. Porque tiene futbolistas sin miedo a mancharse de barro hasta las cejas. Gente que muere sobre el campo y se emociona escuchando La Vida Pirata. Que si hay un recibimiento sale a agradecerlo y si hay que decir las cosas claras en una entrevista, lo dice. Jugadores que ubican la Albufera en el mapa. Y un capitán que sale a repartir botellas de agua a quienes llevan horas haciendo cola en la calle. La herida afición-vestuario, que llegó a ser enorme, está sanando. Y hasta emociona verlo.
“El Rayo es un milagro. Y los milagros son inexplicables”, escribí la noche del 3-0 al Leganés. Ha llovido, pero esa frase va camino de tatuaje. Es imposible traducirle la Franja a quien no la conoce, sobre todo hoy en día. ¿Cómo es posible que un equipo en ruinas vaya quinto en Liga? Me dispongo a intentarlo, discúlpenme la osadía: porque el Rayo tiene miles de personas detrás que no lo abandonarían ni aunque cayese un meteorito. Y resisten como el Gato López; dichoso felino, más duro que una roca. Esta Franja no es fiera para domar. Se dice siempre, pero es verdad: su afición es diferente, única.
Y no olvida: el ‘picnic’ al Femenino de dos bocatas de Jamón York y dos manzanas, tener que ir a huelga para ser dadas de alta -de una vez- en la Seguridad Social, la aventura en Oklahoma, el reciente escándalo de la cantera, con previos impagos y falta de material deportivo, el primer equipo subiéndose a un autobús rumbo a Anduva en plena Filomena, el bochorno intentando retirar hielo del campo días después, las interminables colas en taquillas estos días, ni rastro de abonos, un estadio en condiciones insalubres, llevar a Míchel a juicio, vetar a periodistas a dedo. Y la guinda del pastel: invitar a Abascal y Rocío Monasterio al palco. Hay mucho fiemo debajo del camino de baldosas amarillas.
Pero pese a todo eso (y más), el Rayo va quinto y está llamando a las puertas de Europa. Porque hay una diferencia con respecto a otras temporadas: su afición siempre ha estado detrás, pero ahora también ha vuelto a latir el vestuario. Y eso ha puesto la Franja a 5.000 revoluciones. “Todo cambió en Sabadell”, ese podría ser el título de la película. Aquella derrota hizo click en los jugadores, que se conjuraron con fuerza para decir: “Quedan cinco partidos, a muerte, aquí no se rinde ni dios”. Dicho y hecho. La confabulación acabó en promoción, ascenso… Y manteo a Alberto García. Una imagen que aún enternece. El vestuario, que ya era un bloque, pasó a ser una familia.
Y aquí me lanzo a la piscina: creo que esta plantilla, hoy en día, no firmaría aquel comunicado la noche de Zozulya. Lo que antes era un “yo no soy nadie para hablar de eso…”, ahora es un “hay asuntos en los que no queremos ir de la mano con el club”. Así de claro, con valentía, sin tapujos. Los jugadores han pasado de la neutralidad a la implicación. Y poco a poco se van rasgando las vestiduras con más denuedo, sabedores de que su figura es imprescindible para encontrar una solución al caos. Y teniendo claro que por esa senda quieren ir de la mano de la afición.
El Rayo es un trípode (club-jugadores-afición) con dos patas predominantes (sí, es así de singular). Con los jugadores y la afición remando al unísono, la estructura se sostiene, es suficiente. La directiva es algo secundario, y lo demuestra que incluso durante su etapa más funesta, el buque ha seguido navegando. Una verdad que por algún despacho escuece. El Rayo es cada Vida Pirata después de los partidos. Y en esa escena no sale ningún palco.
Vallecas está soñando con Europa y eso es gracias a la afición, Iraola, los 26 jugadores de la plantilla, el doctor Beceiro, el utillero Kiko Jiménez y el (ex)taquillero Enrique Ramírez, entre muchísimos otros, perdónenme por no mencionarles a todos. Gente que siente este club, bien porque lleva años sosteniéndolo, pese a todo, o porque ha venido desde fuera para ayudar a sostenerlo. Nadie en el vestuario pone una mala cara por una suplencia. Es increíble lo que ha construido Iraola. Todos quieren jugar, pero incluso por encima de eso, todos quieren lo mejor para el equipo. Y si juega un compañero, a muerte con él. Menos egos, más grupo. Así debería ser la vida, de hecho.
Europa llegará o no, pero Vallecas merecía esto. Disfrutar de las victorias y levantar la cabeza en las derrotas. Sentirse orgullosa de sus jugadores. Que su Rayo volviese a palpitar.