Vaya por delante una disculpa. Lo último que debe hacer un periodista es hablar de sí mismo y en este artículo, cometeré el delito. Para minimizar la pena, prometo brevedad: gracias. Qué demonios, GRACIAS. Este medio cumple hoy 10 años y aunque apeste a topicazo, es verdad: Unión Rayo no sería posible sin vosotros. Aquellos que nos veis, leéis y cuidáis diariamente. Del primero al último (y sois muchos). Con nuestros errores y aciertos -como todo, como todos-, pero aquí estamos, soplando las velas tras una década de información en franjirrojo. Ha sido duro; ha sido precioso. Y qué orgullo.
Yo no sé por qué soy periodista, de hecho nunca he sabido contestar a esa pregunta, pero sí que la vocación me nació a los 16 años. Lo recuerdo porque aquel verano cambié de colegio -otra vez, he sido un pequeño Willy Fog de los pupitres, pero esa es otra historia- y al aterrizar en el nuevo, empecé a darme cuenta del asunto. Coincidió, vaya. Era el 2012, mismo año que nació Unión Rayo. Y puede ser casualidad o una cuestión ciega, pero hay una parte de mí a la que le gusta pensar que este micrófono blanco y rojo hizo asaz peso en mi balanza. Echó gasolina a lo que iba a ser mi vida.
Que aquel Sergio, verde como una manzana, veía a David Briz, Antonio Morillo y Javier Boned, agricultores del asunto cuando todo era desierto y pensaba que sí, le gustaría estar ahí. Ser como ellos. A los mencionados: no nos conocemos en persona, pero gracias. Ya no de mi parte, sino de mucha gente. Creasteis algo que es imprescindible y que, desde 2019, intento cuidar con todo mi corazón. Porque Unión Rayo, como todo lo que rodea a la Franja, tiene algo especial. Un componente tan mágico y humano a la vez, que es difícil de explicar.
Y, pues ya lo ven, aquí estoy. El 31 de julio de 2019 recibí un mensaje de Alejandro Castellón, hoy director de esta casa. Una invitación a subirme al barco (no hubo servilletas, eso es para las estrellas y yo crecí dando patadas a una lata en la Plaza de José Luis Saura). En sus líneas, aquí lo digo por primera vez y espero que me perdone, percibí ciertas dudas sobre mi respuesta. Tal vez porque -ciertamente-, no era el momento más romántico para entrar en el equipo: el Rayo acababa de descender a Segunda tras ser colista. Batacazo. Quién iba a querer sumarse a un proyecto tras un naufragio de tal calibre. Curioso, porque yo no dudé ni un solo segundo. Como para hacerlo: formar parte de este medio era un pequeño sueño, se lo debía a aquel chico con acné de 16 años.
Desde entonces, remo en este barco. No sé ni cuántas crónicas del primer equipo llevaré en la mochila (algunas no se imaginan tras qué dificultades; especial recuerdo para la del ascenso en Montilivi), no sé cuántas entrevistas habré hecho (si supiesen también la de historias que pasan y no se ven; desde Trejo, adorado, hasta Fran Beltrán, debatido), no sé cuántas llamadas habré recibido. Y más, mucho más. Ahora, mismamente, me recuerdo caminando sobre la nieve de Filomena para contar como, a 24 horas de una eliminatoria de Copa, el campo de la Ciudad Deportiva aún tenía un manto blanco de medio metro. Ha habido de todo, de veras. También opiniones (Bandera Roja o Vallecas ya ha ganado, por ejemplo). Como esta, un alegato personal que, repito, no volverá a suceder.
Y en absolutamente todo lo mencionado, ahí estuvisteis. Unión Rayo ha atravesado momentos delicados, jamás lo negaremos. Este barco tiene buena madera, pero hay cañonazos que duelen. E informar sobre el Rayo, supongo que no hace falta que lo jure, es navegar por el mismísimo Triángulo de las Bermudas. Pero ahí seguimos. Resistimos. Aprendiendo de los errores y cogiendo energía de cada mensaje que llega por redes sociales o cada saludo por la Albufera. Créanme, los momentos bonitos lo son tanto, que sanan en segundos las heridas de meses. Es un inmenso orgullo formar parte del equipo de Unión Rayo y en nombre de todos: GRACIAS. Por diez años más. Y los que sean. Cuenten con nuestra pasión, autocrítica y humildad.
Si a ustedes les hace ilusión ir a La Cartuja, no se imaginan, a nosotros, cuánto contárselo.