Hasta el rayista más pesimista sabe que su Rayo siempre vuelve. Sin importar el calor del infierno o lo preocupante de su crisis. Va en el ‘ADN obrero’ levantarse de la lona tras cruzar una mirada con quien te alienta desde la esquina y guiñarle un ojo. Para la Franja, esa causa siempre será su barrio. Desfibrilador de un equipo que llevaba ocho jornadas sin ganar y empezaba a naufragar en el Canal de la Mancha. Icen velas, camaradas: este Santa Inés tiene más vidas que un gato. Y como a Liverpool -aún- hemos de ir, Trejo e Isi firmaron los goles de una victoria que sabe a sudor y gloria. Que permite alcanzar los 40 puntos de la salvación y, ahora más que nunca, ilusionarse con algo más. El secreto era luchar cada balón como si fuese el último, creer en uno mismo y ponerle tanto corazón, que a Vallecas se le fuese la cabeza. Justo, lo que hacía Deli.
Ahora, sin vértigo. Con la convicción de quien tiene los deberes hechos a 14 de abril y puede permitirse el lujo de soñar como un niño. Sin filtros ni tabúes. Por el momento, cercando a los Leones de San Mamés, que este sábado jugarán el derbi vasco (16:15 horas) y a falta de diez jornadas, se presentan como el rival más directo por la séptima plaza, trampolín a Europa siempre y cuando el Madrid gane la Copa. Una carambola no tan rocambolesca que llevaría a la Franja a Conference League. A Europa. De regreso al futuro.
Iban dos meses sin ganar, desde aquel fatídico 1-1 en Getafe, donde el Rayo pudo golear y acabó firmando un harakiri. Un domingo traumático que heló la valentía, el coraje y parte de la nobleza de un equipo que tornó en irreconocible. Raro, espeso, peor. Así, se pasó de la utopía de la Champions a la crudeza del desplome. Del pinchar, pinchar, pinchar y volver a pinchar. Mereciéndolo, porque el equipo apenas transmitió la sensación de ser superior a nadie en esos 67 días. Hasta este viernes. Cuando Osasuna aterrizó en Vallecas con la Cartuja en la cabeza y Vallecas… recuperó su color especial.
Y Vallecas volvió
Porque también lo tiene: lleno hasta la bandera y sabedor de que era la noche. Que debía serlo. No hubo color en la primera parte, monopolizada por un equipo que cuando encuentra la velocidad de sus bandas, es veneno. Un imparable para Osasuna, que tras amansar el ritmo en el primer cuarto de hora, acabó mordiendo el polvo de la manera más ridícula: un autogol de Aridane, que desesperado por despejar un remate de Trejo, se hizo el 1-0. El Chocota, descolgado, había recibido en el área pequeña, recortado con la clase de quien podría haberse dedicado al fútbol sala y cuando iba a fusilar con la zurda, apareció el central. Toquecito hacia atrás y gol.
Enloqueció Vallecas, que disfrutó de media hora más de asedio. Una tras otra, con Isi especialmente enérgico, Camello muy combativo (esta vez sentó a RdT y dio argumentos a su favor) y Óscar Valentín en modo roca. Todo fluía en el experimento de Iraola, que volvía a ser ese monstruo aterrador de octubre. Una máquina que supera a sus rivales por ritmo y hambre. Por insistencia, la fórmula que trajo el 2-0 de Isi a orillas del descanso: volea desde la frontal y balón rozando el palo. Hizo la estatua Aitor Fernández, espectador de lujo de como el barrio enloqueció.
Siempre el camino difícil
Ahí estaba la victoria, el sacar la cabeza del pozo tras ocho partidos de lodazal. Pero nada puede ser sin sufrimiento y para acelerar las pulsaciones, apareció Moi Gómez, autor de un golazo a mediados de la segunda parte. Una obra de arte digna de videojuego: zurdazo desde 25 metros directo a la escuadra de Dimitrievski, que se lanzó desesperadamente, pero esta vez tampoco pudo igualar el récord de Koke Contreras. A partir de entonces, runrún. Nervios. Esa sensación de que lo encarrilado podía descarrilar. Porque Osasuna lo vio a tiro de piedra y decidió echarse al ataque de manera valiente.
Las tuvo, con la más clara en la cabeza de Abde, que obligó al portero de Kumanovo a lanzarse a su izquierda para evitar el desastre. Tras 10 minutos de asomarse al precipicio, el partido bajó sus revoluciones y el Rayo consiguió que los sustos no fuesen muerte. Que los nervios, inevitables, no pasasen a más. Resistir sin acabar encerrado. Reseñable que Iraola, en los minutos finales, dio entrada a Falcao antes que a RdT (ni un minuto). La tuvo para sentenciar Pathé Ciss, pero su cabezazo fue repelido por un inconmensurable Aitor Fernández. Y no hubo más. Pitó Munuera Montero entre el júbilo de los presentes, que ya tienen sus 40 puntos y licencia para soñar en grande. Para intentarlo. Volver a Europa. Para ello y cualquier cosa más, nunca caminará solo.