Era el día, la hora y el momento. La oportunidad de reivindicarse, de ejercer de grande y vencer a un rival directo por el ascenso. Jémez, los jugadores y la afición eran conscientes de que en la tarde-noche del sábado se jugaba mucho más que un partido de fútbol para el Rayo Vallecano.
Los franjirrojos fueron un vendaval en el arranque. Durante los primeros minutos no hubo color sobre el césped. Todos los ataques llevaban una franja roja en el pecho, todas las posesiones llevaban una franja roja en el pecho y todos los “uys” de la grada, llevaban una franja roja en el pecho.
Muy pronto perdonó Bebé la primera gran ocasión, con una volea con la pierna izquierda que desvió René haciendo una parada excelsa. El guardameta comenzaba a erigirse como héroe y figura de su equipo. Saveljich, con un cabezazo a la salida de un córner y Ulloa, sólo ante el arquero, tampoco encontraron el gol.
El Almería fue de menos a más. Valentín Vada, en un libre directo desde 22 metros, rozó el gol, pero su chut, tras sobrevolar la barrera, se encontró con el larguero. Andaluces y vallecanos enfilarían el túnel de vestuarios sin pólvora. La segunda parte prometía emociones fuertes.
Y las cumpliría. Cuando tan solo habían pasado unos minutos, el debutante, el que todos querían ver en la alineación, el vigués de 22 años, Santi Comesaña, recogería un despeje de René para marcar desde dentro del área y desatar la locura en la afición local. Qué manera de reivindicarse.
Los jugadores del Almería pedirían falta sobre su portero en el momento de antes del disparo. El colegiado -y el VAR- no la señalarían. Jémez quería más y no cesaría de pedir más empuje a sus jugadores.
Catena iría al suelo para evitar un mano a mano de Sekou Gassama ante Alberto. Una de esas circunstancias en las que la jugada parece medio gol por sí sola; providencial el defensa. Pozo, con un chut lejano, perdonaría el segundo. Y Embarba, nuevamente colosal, no encontraría el gol. El Rayo estaba mandando y se gustaba.
Pero perdonó. Y lo acabó pagando. Juan Muñoz se aprovechó de una falta de entendimiento en defensa para marcar un auténtico golazo. Mano a mano en el que supera a Alberto picándola sobre el guardameta con una tranquilidad y frialdad impresionante. Sonreía el líder en Vallecas.
El Rayo lo intentaría, pero quedaba poco tiempo y margen de actuación. Montiel entraría por un Bebé al que no le quedaba fuelle. Ulloa -que sigue sin marcar con la franja- no llegaría por poco a rematar un balón en el segundo palo. No había manera.
Una sensación de impotencia generalizada abundó en las gradas tras el pitido final. Se había jugado bien, la imagen era buena, pero el partido no se liquidó cuando se debía y te acabas marchando con una sensación tremendamente agria.
El Rayo necesita decenas de ocasiones para marcar y sus rivales, sin embargo, hacen daño con poco. Cuestión de efectividad; cuestión de mentalidad. Hasta el minuto 70′ se vio un Rayo claramente candidato al ascenso. A partir del minuto 70 volvieron los viejos fantasmas. Es dominar para perdonar, la historia de siempre.