El Rayo Vallecano y el Huesca jugaron acalambrados desde el minuto 1. Cuando la soga aprieta es complicado. Además, la gasolina duró lo que duró. Los franjirrojos lo intentaron, empujaron y apretaron hasta el final pero no pudieron sacar la victoria. Empate y pie y medio en segunda.
Luchar por un titulo es bonito. Hacerlo por un ascenso es precioso. Pero hacerlo por sacar la cabeza del abismo y coger algo de aire cuando apenas queda margen no tiene comparación. Cada jugada se ve y se siente como si fuese la última. Los nervios te atenazan y defines mal lo que en un entrenamiento harías con los ojos cerrados.
El Rayo-Huesca comenzó así. Con un dubitativo dominio de los locales que destilaban presión en cada movimiento. La grada trataba de empujar a los suyos hacia la meta de Santamaría, pero las imprecisiones eran protagonistas en los metros finales. Los oscenses, que veían el choque como la última oportunidad de reengancharse a LaLiga, eran un calco en cuanto al sudor frío que les recorría la espalda.
Y con empate a nervios, la calidad marcaba la diferencia. Al menos en cuanto al dominio. El Rayo la tenía más y mejor. De hecho, Pozo tuvo una de esas que es más difícil fallar que meter. Absolutamente solo en el punto de penalti y a placer, envió el cuero a la madera. En Vallecas no se lo podían creer.
Ya en la segunda parte, Raúl de Tomás marcó tras un gran centro de Álex Moreno, pero el colegiado lo anuló por fuera de juego. Lo celebró la grada y lo celebraron los de Paco Jémez, pero el tanto no subió al marcador. El Rayo las estaba teniendo… y las estaba desaprovechando.
Poco a poco, el cansancio fue haciendo mella, y el Huesca se estiró hasta crear verdadero peligro. La desconexión franjirroja era cada vez más evidente y en la grada se temían lo peor. Un empate no servía de nada.