El Rayo Vallecano no juega como un equipo que quiere subir, y por eso hoy está un paso más lejos del ascenso. Es el resumen más sencillo y vigoroso que van a leer hoy, así, en tan sólo veinte palabras. El segundo presupuesto más grande de la categoría deambuló ante un Málaga que llegaba con doce fichas profesionales y dejó escapar una victoria que le deja en la cuerda floja. Ya no valen excusas.
Los primeros minutos transmitieron buenas sensaciones, muy buenas de hecho, porque se veía un equipo valiente que iba arriba, consciente de que estaba jugando en casa y que debía mandar. En tan sólo un cuarto de hora se sucedieron hasta tres ocasiones muy claras, dos de ellas marchándose alto y una, estrellándose en los guantes de Munir.
La franja transmitía hambre y el gol parecía cuestión de tiempo. Pero el coche de Paco Jémez, inexplicablemente, empezó a reducir marchas hasta acabar desapareciendo. El fútbol agresivo mutó en uno inocente, basado en los pases horizontales, los centros sin destinatario y las imprecisiones dentro del área. El rifle se había convertido, de golpe y porrazo, en una escopeta de feria.
En la segunda parte el equipo estaba llamado a dar un paso adelante por un simple concepto: obligación. Ya no sólo porque de no ganar hoy el ascenso se complicaba aún más, sino por las sensaciones. Porque desde aquella seductora segunda parte ante el Albacete (1-0) en el regreso del fútbol español el Rayo sólo ha ganado un partido de fútbol, ante el Fuenlabrada y de milagro. Ya lo vieron aquel 17 de junio.
El Málaga, inocente, inofensivo, indefenso, sin saber bien a qué jugar y con trece canteranos en la convocatoria, llegaba a la barriada de Vallecas con la papeleta de “rival idóneo” para reencontrarte. Y lo cierto es que sobre el tapete vallecano lo puso en bandeja, con un partido paupérrimo en lo táctico.
Pero se dio una paradoja. El ciervo, encerrado en la jaula y esquivando las garras del tigre, vio como el felino poco a poco se fue alejando, empezó a transmitir miedo y se sentó en la esquina contraria. Ante ese contexto el ciervo empezó a creer en sí mismo, se envalentonó y entró en la pelea. Creyó que sí podía, porque podía.
Y tanto que pudo. Buenacasa tuvo dos ocasiones en la segunda parte que helaron el cuerpo de Jémez. Una de ellas, de cabeza en el corazón del área que acabó en las manos de Dimitrievski, pero que si llega a ir algo más ladeado… Detalles. También la tuvo Cifu, que tras un pase alto de 60 metros cabeceó y, ante una salida en falso de Dimitrievski, casi desata la locura andaluza.
El Rayo continuó su guion de enormes dudas, acabando en un partido nublado y de difícil lectura. Nadie quería la pelota; todos (por ambos equipos) rehuían asumir la responsabilidad en los minutos finales. Esa falta de jerarquía es síntoma claro de un equipo incapacitado para ascender. No puedes pretender jugar en Primera si a partir del minuto 80 te da pavor la pelota.
Incluso con todo lo citado, través de centros laterales pudo llegar el gol. Primero la tuvo Mario Suárez, que en lugar de disparar con el interior hizo un anómalo control en la frontal del área pequeña. Algo difícil de contar. Pero la más clara fue se Saveljich, que cabeceó a la salida de una falta estando solo, completamente solo… Y la tiró fuera.
Era casi una final para Vallecas, pero tuvo el mismo parte médico que el resto de partidos tras la cuarentena: frustración, impotencia e insuficiencia. El Rayo volvió a ser un equipo que no merece perder, pero tampoco ganar. Ese ente con los colores de un club de casi 100 años de historia repleto de talento, pero carente de valentía, coraje y nobleza.
Encontró oro el Málaga, que se armó de valor a pesar de tener sólo doce fichas profesionales y coge algo más de distancia en la guerra por la permanencia, pero pensará que las tuvo incluso para ganar, porque las tuvo. Chapeau por el equipo de Sergio Pellicer, todo el año remando contra la dura marejada del inoperante mundo extradeportivo, pero acariciando la salvación. Ninguna excusa, puro trabajo.
El Rayo sigue atascado y ya no hay excusas que valgan. No es una cuestión de lesionados, de errores arbitrales o de mera mala suerte. Es un edificio precioso por fuera pero con cimientos de hojarasca. Un equipo carente de la vitamina necesaria para jugar en Primera División.
Aún con toda esta receta, está vivo y en plena pelea por el playoff. Matemáticamente es posible; virtualmente parece quimérico.