Nadie sabe si habrá una Franja en La Cartuja, pero Vallecas ya ha ganado. Porque ha vuelto a latir con palpitaciones de Matagigantes, de equipo que no se achanta y sueña sin vértigo. Porque lo que esta Copa ha dado, haya final o no, ya es impagable. Un recuerdo eterno para miles de personas. Y todavía queda la vuelta, el desenlace, al que el Rayo viajará con un resultado que no invita al optimismo. Se adelantó, acarició la gloria y se fue a la lona. Lo tuvo muy cerca y ahora parece demasiado lejos. Pese al aparente KO, aún debe contar hacia atrás el árbitro; a veces algunos boxeadores que parecen derrotados, se levantan. Y este, de calzón humilde, tiende a hacerlo. Le gustan las heroicas. Y lo que necesita es repetir lo de Montilivi, el 3 de marzo, para jugar la final.
Fue un partidazo. La pizarra de Usúrbil reflejó los nombres de once guerreros y entre ellos sorprendió especialmente uno: Fran García. Tras una semana ausente e Iraola decir que era ”prácticamente imposible” que llegase a la batalla, ahí estuvo, demostrando una vez más que su dotes de recuperación rozan lo inexplicable. Lo milagroso. El Rayo salió con el equipo de gala, exceptuando a Mario Suárez, pilar del equipo en Copa actuando como central. Arriba, Sergi Guardiola; no Falcao. Una más de la meritocracia. El Tigre ha ido de más a menos y a día de hoy está muy lejos de esa versión feroz que encandiló a mediados de octubre.
Tras retumbar Alaska en los altavoces y con Vallecas rozando los 150º Fahrenheit, empezó un partido inolvidable. El Rayo se dejó llevar por la adrenalina exterior y protagonizó un primer cuarto de hora mayúsculo, de insistencia y bravura, de efectividad. Balliu rompió por la derecha, sirvió un centro al área y Álvaro García, que de altura no irá sobrado pero de pillería podría dar másters, apareció de la nada y cabeceó a la red. La locura, esa que tiene Vallecas por la Copa, pasó a ser directamente delirio. Un descontrol sin parangón y la sensación de que el dichoso sueño de estar el 23 de abril en La Cartuja, de repente, dejaba de ser tan utópico.
Pero el Betis, esa máquina casi perfecta diseñada por un Ingeniero, despertó. Apretó. Mordió. Y empató con una obra de arte. Borja Iglesias se zafó de hasta tres rivales tras un taconazo y dos amagos. Se perfiló hacia la diestra, le pegó con el alma por bajo y marcó; chut pegado al palo derecho. Enloquecieron entonces los casi 200 béticos ubicados en la improvisada zona visitante de Vallecas. El barrio vio como su clásico minuto 24 quedaba empañado por un derechazo doloroso, de esos que durante un rato difuso te mandan a la lona y obligan a pensar en por qué te metiste a boxeador, pudiendo hacer periodismo. Como servidor.
Desde ese momento hasta el descanso fue mejor el Betis, sin avasallar ni asustar con fiereza, pero con más balón. Dimitrievski, justo antes del silbatazo de Sánchez Martínez, evitó el 1-2 con puños de acero. Durante el intermedio el fondo siguió animando, saltando en la zona que se ubica sobre el vestuario visitante. Fue una noche de pulsaciones al máximo y mañana, lo será de afonía para muchos. Porque la segunda parte mantuvo la intensidad de la primera en la grada, pero no sobre el campo. Ahí hubo más temor, lentitud.
Transcurrieron los minutos sin apenas ocasiones hasta que William Carvalho frotó su lámpara: caño a Catena en la frontal y definición excelsa con el interior. Una maravilla que condenó a los vallecanos. La Franja tiró de coraje y se asomó a la portería de Rui Silva, pero sin terminar de estar certera. Le faltó creer más en que podía empatar. Y algo de oxígeno. El propio Alvarito reconoció en el pospartido que acabaron “muy cansados”. Falcao no rugió y Nteka, jugando en la mediapunta, tuvo una a bocajarro que repelió el portero. Fue uy atronador. La más clara. No hubo empate.
El Betis encaminó su ruta hacia la final de Copa tras un recital de fútbol. Un partido de sobresaliente en el mismísimo infierno. Mucho mérito. El Rayo, cruz de la moneda, está obligado a hacer lo que mejor sabe hacer: resucitar cuando más por muerto le dan. No quedan trenes a Sevilla, la única forma de llegar es con una heroica.