Dos equipos se jugaban la vida, dos equipos debían morder y apretar como si cada balón fuese el último, pero sólo uno lo hizo. La necesidad decidió salir a bailar con la apatía sobre el tapete del Estadio de Vallecas. Y le dio un baile para el recuerdo.
El Real Oviedo hizo un derroche de coraje, ganas y hambre en la vespertina del domingo. Adornados por una de las preciosas puestas de sol que tiene el humilde barrio madrileño se vio una oda al morir por unos colores.
El Rayo hizo novillos hasta encontrarse un milagro. Los de Jémez realizaron uno de los peores partidos de la temporada, erráticos en los pases, sufriendo atrás y sin un ápice de pegada. Y para colmo, cuando alguien se atrevía a probar fortuna con algún disparo, se topaba con un excelso Lunin.
El Real Oviedo, en una jugada ensayada a balón parado, encontró el premio. Pase en profundidad hacia Rodri, que se encargaría de bajarla, perfilarse y meterla en las mallas rivales. Un golazo. Primer puñetazo en un combate de boxeo desequilibrado.
Porque el Rayo no supo reaccionar. El Real Oviedo se amarró atrás y decidió dedicarse a defender, a aguantar. Pedía Jémez en la previa “más locura”, pero lo que encontró fue más bien descontrol y apatía.
Y eso es lo que más enfureció a Vallecas, la actitud de un equipo que apenas rondó las tablas. Ulloa no generaba peligro, el debut de Qasmi fue insulso, De Frutos atacaba con más corazón que cabeza, Álvaro García aportaba la nulidad hecha fútbol, Trejo, brazalete en el brazo, tardaba siglos en soltar el balón y milésimas en perderlo. Nada, el Rayo era la nada.
Vallecas ponía el broche a la jornada 27 con la sensación de que la gasolina ni daba ni daría. Con el cuerpo frío y las ilusiones por los suelos. Todo lo que la eliminatoria copera ante el Betis había sido capaz de resucitar, desaparecía. No quedaba nada. Sólo la tradicional y triste apatía.
Pero los milagros existen. El VAR concedió una pena máxima por mano que se encargaría se marcar Ulloa. La tocó y desvió Lunin, pero insuficiente. Gol y resurrección.
Los últimos minutos estuvieron cargados de tensión. Rozada se marchó expulsado, el Oviedo no se achantó y el Rayo, que siguió jugando mal, al menos arañaba a través de salidas en velocidad. La franja estaba condenada a eso, a las piernas de Isi. Y a otro milagro.
Pero no llegaría. El Rayo encadena dos meses sin marcar más de un gol en Liga (la última vez, ante el Huesca). Y lo peor, como siempre, es la agria sensación que deja la actitud.
El equipo no se entiende y no transmite. Ahora, turno para viajar a Tenerife. Hubo poco, muy poco, pero entre ello desde luego no “más locura”. Jémez no estará contento.