El Rayo Vallecano, en su obra de teatro 2019/2020, parece obsesionado con ofrecer una de cal y una de arena, como si fuese un bucle. Se adelanta en Riazor, pero le empatan; se adelanta en el Carranza, pero le empatan; ilusiona con entrar en playoff ante el Sporting, pero empata (lo hizo por 19ª vez). Era una bala de oro, otra más, pero acabó siendo una bala perdida, otra más.
Los de Jémez, dentro de la enorme timidez de un partido carente de verticalidad y ocasiones, estaban dominando. Sí, el control era franjirrojo, moviendo la pelota de lado a lado ante un inoperante Sporting. Faltaba la llama y cuando aparecía una chispa, la repelía Mariño con intervenciones de enorme mérito. La más clara, volando tras un zurdazo de Montiel que ponía rumbo a la escuadra.
Era un envite enormemente lento y desapacible, similar al del Fuenlabrada, pero sin llegar a ese extremo de inexplicable pasotismo. Los jugadores transmitían cansancio físico y mental. No había ni frescura ni fútbol. Pero lo que no faltaría sería ‘el regalo de cada jornada’. En la última jugada de la primera parte Óscar Valentín despeja un balón que toca en el tacón de Juan Villar y se queda, como en una alfombra roja, posando para que Álvaro Vázquez lo empujase a las mallas. Rocambolesco.
Jémez enloquecía, no daba crédito, era la historia de siempre. No había pasado prácticamente nada, pero el Rayo había vuelto a regalar y ya iba perdiendo. Tras el paso por el vestuario los franjirrojos dieron un paso adelante y ganaron enteros gracias a la entrada de Álvaro García y Qasmi, pero la imagen continuó siendo insuficiente.
Para enorme sorpresa, el partido de Santi Comesaña, que cuando más debía brillar (Mario Suárez estaba sancionado), menos lo hizo. No apareció en ataque y no convenció en defensa. Nada. El Sporting implantó un muro frente a Mariño e hizo sonar los tambores de guerra para mentalizarse de que le esperaban 45 minutos de defender, defender y defender.
Las tuvieron los asturianos, pero el que perdona lo paga. En dos acciones desde dentro del área pudieron sentenciar con un 0-2 que habría sido lapidario, pero primero se toparon con Catena y segundo, con la valla publicitaria tras la meta. Ahí estuvo, porque quien no perdonaría sería Qasmi, que remató un centro sobresaliente de Isi para batir a Mariño e igualar la contienda. Parecía un milagro, un oasis en el desierto.
Los últimos minutos tuvieron demasiado miedo al error y, sobre todo, una excesiva sensación de presión y tensión. El Sporting, que se las prometía felices, empezó a temer por la derrota y el Rayo, motivado tras el gol, recordó que no sabe controlar los minutos finales de los partidos. El late motiv de esta temporada. En esa fina cuerda se bailó la danza del empate; y ya van 19 esta temporada, rumbo de algo histórico.
El Rayo tenía una oportunidad clamorosa para entrar en playoff, “que ni pintada”, como se suele decir, pero los cañones del Santa Inés volvieron a disparar al aire. Apelaba Jémez en la previa a que el único problema para no acabar entre los seis primeros sería “relajarse”. Puede que ya sea demasiado tarde, incluso que el diagnóstico sea incorrecto. O puede que sean las dos cosas. Vallecas se queda, otra vez, con el cuerpo frío.