Un barco sin timón no puede llevar buen rumbo. El Rayo deambula por LaLiga SmartBank desde que golease y asaltase el Francisco de la Hera. Nada, no se juega a nada desde aquella noche. A nadie, no se le gana a nadie desde aquella noche.
Jémez, en un plebiscito con más olor a final que nunca, decidió apostar por Martín, el joven defensa regresaba a las alineaciones con la ilusión de tener la oportunidad de redimirse tras un arranque de campaña demasiado gris. Pero el equipo no le ayudaría.
Todo empezaría cuesta arriba. El Oviedo, en su primer ataque, encontraría premio. A los 28 segundos marcó Nieto, desatando la locura en las gradas del Tartiere. Una locura que pudo ampliarse si Dimitrievski no llega a salvar un mano a mano a los 2 minutos de choque.
La imagen era ridícula, pero la reacción llegaría. Embarba aprovechó un regalo de Arribas para batir a Champagne y poner la igualada en el electrónico. Había partido. Eso sí, el gol era un cubo de agua en un incendio de hectáreas.
Los dos fueron poco a poco dando pasos hacia atrás, aceptando el marcador y buscando algún zarpazo puntual. El Oviedo perdonó a la contra, Obeng disparó con la zurda engañando a Dimitrievski, pero la mandó al lateral de la red. Sufría la franja.
Pero a esta saga trágica aún le falta su capítulo final. Catena derriba a Nieto dentro del área. El colegiado señala que se ha tirado y amonesta al jugador carbayón, pero el VAR le para los pies y le manda a la pantalla. Hay contacto: penalti. Marca Ortuño.
La franja sigue pegándose tiros en sus propios pies. Jémez, con una de las mejores plantillas de la categoría, no da con la tecla. Es una realidad. Para el debate estará si hay que cambiar de aires o si hay que apostar por el bloque inicial. Pero el rumbo no es el adecuado y la imagen, desilusionante. Más si cabe.
El Rayo ya está más cerca de los puestos de descenso que del playoff. Próxima cita, el domingo, en El Alcoraz, ante el Huesca. Míchel puede sentenciar a Jémez. Si es que Jémez llega a ese sábado.