“¿El gol a Inglaterra? Fue la mano de Dios. Les ofrezco mil disculpas a los ingleses, de verdad, pero volvería a hacerlo una y mil veces. Les robé la billetera sin que se dieran cuenta, sin que pestañearan”. Fue palabra de Diego Armando Maradona, recientemente fallecido por un paro cardiorrespiratorio a los 60 años. Quedaban dos horas para que rodase el balón en Zaragoza cuando la prensa argentina confirmó la noticia. LaLiga no suspendió nada, pese a la conmoción generalizada del mundo del fútbol, no llegó ni a planteárselo. El Rayo Vallecano lució un brazalete blanco. En eso y un minuto de silencio quedó todo.
Disculpen esta introducción muy alejada de La Romareda, pero es difícil escribir este 25 de noviembre de 2020 sin desviar la mirada hacia Buenos Aires. Hacia ‘el genio del fútbol mundial’. De él queda un enorme legado, además de esa picaresca para la vida que se resume en las palabras sobre el gol a Inglaterra. Qué bien le vendría al Rayo un poco de Diego Armando: de su truhanería y su transparencia. Porque si algo no se le puede reprochar al 10 es falta de transparencia. Para lo bueno y para lo malo siempre fue él. Maradona.
Bajo el enorme shock de ese suceso empezó a rodar el balón en Zaragoza. Dos novedades copaban el once de Iraola: Advíncula y Martín Pascual eran titulares. El Rayo debía salir a ganar para quitarse la espina de los partidos a domicilio; el Zaragoza, porque el descenso aprieta y podría suponer un problema incluso para el devenir de la entidad. No valían medias tintas ni en un lado ni en otro. Jugar con fuego implica quemarse.
El Rayo Vallecano empezó mejor, mucho mejor. El monopolio de la pelota era franjirrojo mientras se buscaba la forma de llegar a la portería de Cristian Álvarez. Una jornada más, lo único que faltaba era el gol. Y lo encontró primero el Zaragoza: disparo desde la frontal de Igbekeme y cantada mayúscula de Dimitrievski. El balón fue suave y centrado, pero al portero macedonio se lo coló por debajo del brazo y entró en su portería.
Esa acción supuso un antes y un después, porque dejó noqueados a los soldados de Iraola e impulsaron a los de Iván Martínez. El Zaragoza empezó a hacer un buen fútbol, sin sufrir atrás e incluso rondando el segundo. Se fue al túnel de vestuarios cabizbajo y sin dar sentido a lo que había pasado el Rayo. Sin encontrarle una explicación racional. Otra vez estaba perdiendo un partido fuera de casa, eterna maldición.
Tras el paso por los vestuarios debía verse una reacción, pero a la Franja le costó mucho enchufarse. Rozando la hora de juego llegó el primer disparo de la segunda mitad: Pozo a las manos de Cristian Álvarez. Iraola movió ficha dando entrada a Comesaña por Martín Pascual, una revolución en forma de 3-3-2-1 con Óscar Valentín ayudando en defensa y dos extremos muy ofensivos.
Qasmi la tuvo de cabeza a centro de Pozo, también Andrés Martín perdonó de volea a la salida de un córner. No había suerte. Tampoco la tuvo Zanimacchia, que tras una salida en falso de Dimitrievski (vaya noche) hizo una vaselina que se marchó por centímetros. El morbo llegó con el empate. Isi cabeceó un centro en el segundo palo, salvó Cristian Álvarez con un paradón y en el rechace, Antoñín fusiló con la derecha. Imposible para el portero argentino.
Los últimos diez minutos fueron mayoritariamente del Rayo, que encontró la más clara en las botas de Qasmi: con el balón muerto dentro del área y la portería a dos metros… Remató al aire. Se estaba esfumando el esfuerzo final de un equipo enquistado en el mismo punto. Qué ocasión tuvo el 14. No había manera de romper la mala dinámica lejos del barrio.
Pero quedaba la guinda. En el minuto 83, Álvaro García puso un centro al corazón del área y ahí, como una pelusa, apareció Pozo para adelantarse a la defensa y marcar saltando. Locura absoluta en el banquillo de Iraola, que formó en piña y rompió de alegría. Más de lo mismo en cada hogar del humilde barrio madrileño.
Después de seis jornadas seguidas sin ganar fuera de casa, el Rayo Vallecano rompió la maldición. Desde el épico triunfo en la primera jornada ante el Mallorca no se había vuelto a Vallekas con tres puntos. La maldición ya era un drama que estaba frenando la expedición a Primera. Ahora llega el Cartagena (sábado, 18:15 horas) y luego, salida a Butarque. “Yo nunca quise ser un ejemplo”, dijo en vida Maradona. Pero inevitablemente lo era. Tal vez usted nunca quiso ser del Rayo, pero aquí está. Inevitablemente lo es. Dichosa adicción.