El Rayo Vallecano es un abonado a remar contra la adversidad. La imagen en El Molinón-Enrique Castro ‘Quini’ fue gris, reflejo de un equipo que hace casi todo bien menos lo más importante: el gol. Ay, marcar, qué ardua tarea. Pero es que si a esa receta se le suman baches en fórmula de goles anulados y en propia, es complicado.
La Franja apenas tuvo momentos de inferioridad. El Sporting se asomaba de manera tibia al arco de Dimitrievski y cuando lo hacía, la firmeza del dúo Velázquez-Catena despejaba sin titubeos. La posesión, al ecuador, rondó el 60-40 para los asturianos, pero ese no era el dato a tener en cuenta.
El verdaderamente importante fue el de los disparos a puerta: 0. Ni uno entre los dos equipos en los primeros 45 minutos. Y así es muy difícil. La dictadura del ‘estar bien plantado y esperar a tener alguna’ se hacía notar y nadie daba un paso hacia delante, porque eso suponía asumir riesgos. Y en fútbol de hoy en día todo debe estar atado y bien atado. Balompié de marmota.
Tras el paso por los vestuarios la dinámica cambió, pero en favor del Sporting. Djurdjevic la tuvo para volear de primeras un pase sobre la defensa, también Nacho Méndez desde la frontal… Pero la suerte no estaba decidida a asomarse. Este último, de hecho, se marchó lesionado y entre lágrimas. Al campo saltó, poco después, el bueno de Martín (de esta forma sólo falta Luca Zidane por tener minutos de toda la plantilla).
El partido cambió con la expulsión de Carmona tras una durísima entrada sobre Fran García, dejando a los suyos con diez y desnivelando la balanza en favor de la Franja. A partir de ahí se desató el festival de goles anulados. El primero, justamente por una mano de Catena al rematar un balón en el segundo palo (le dio en el brazo al central y con él lo empujó, no hay dudas).
El segundo, injustamente (hasta para Iraola). Babin se marcó en propia puerta, pero el árbitro señaló falta al entender que hubo un agarrón previo de Comesaña sobre el defensa. Los futbolistas del Rayo no daban crédito de la decisión e insistieron en pedir que interviniese la tecnología. Pero el VAR no medió y se mantuvo la decisión inicial del colegiado.
La obra de teatro rozaba lo disparatado, pero faltaba la guinda. La desgracia. Rozando el minuto 80, Fran García controló mal un pase en profundidad desde la izquierda y se marcó en propia puerta. Fue el culmen de la mala suerte: del 0-1 al 1-0 en apenas unos minutos. No era de justicia y Andrés Martín, de volea en el 87′, puso el empate para establecer la igualada y mandar a sus compañeros a por la remontada.
Una hazaña que se rozó cuando en el minuto 96, el colegiado pitó penalti a favor del Rayo por una mano de Javi Fuego. Inicialmente pareció… Pero el exrayista tenía el brazo pegado, en una posición natural y, por ello, el VAR avisó para que el árbitro fuese a verlo a la pantalla. Se echó para atrás: no hubo penalti. Sí pitido final.
El empate aleja el ascenso directo (se pone a 8 puntos, marcado por el Mallorca) y mantiene las esperanzas de playoff (a 2 puntos, marcado por el Lugo). Los de Iraola regresan con un botín bonito, tal y como se puso el partido (1-0 en el minuto 86). Pero sabe a poco, tal y como se puso el partido (0-0 y contra diez en el minuto 67). Así es el fútbol. Y el Rayo. Una montaña rusa de madera llamada Santa Inés.