Otro harakiri. Otra vez un Rayo Vallecano notable que abdica el día de su coronación. Cuando podía asaltar los cielos y tomarse un café en Champions: dos despistes en defensa enseñaron las costuras de un equipo que si regala, está perdido. Y lo sigue haciendo con asaz rutina. Una pérdida de Unai López en campo propio, un despiste en un córner, 0-2 y punto y final. Escalar ese Kilimanjaro -para más inri, sin Óscar Valentín, sherpa más infravalorado de la expedición-, claro, tornó en un imposible. Vallecas encadena tres partidos sin ganar y ve como su sueño europeo, amarga Realidad, es tan de papel como el de Rulo y su Contrabanda.
Transita sin RdT, aún renqueante de la rodilla. Confiando su pólvora en el cañón de un Camello que sigue destilando más timidez de la que debería. Ahí falta colmillo y en el banquillo, el Tigre lleva meses sin morder. Ante esas, el talón de Aquiles de siempre: el Rayo necesita generar cinco ocasiones para meter una y con conceder media, encaja. Esa teoría es muerte anunciada ante equipos como la Real, que llegó con ocho victorias seguidas en su mochila y la mirada, de reojo, en el liderato. Nunca se debe regalar; pero ante gigantes de esta enjundia, menos.
La historia interminable
Y el Rayo lo hizo: Unai López se relajó en un control y perdió en campo propio, propiciando un contragolpe demoledor. Pidió plantillazo; nada. Catena, para sumarle pena a la penuria, fue más un espectador de lujo que un muro (ni tapó el pase ni tapó al receptor; en tierra de nadie). Marcó Sorloth, superando a Dimitrievski en el mano a mano. Fácil. El Rayo se fue al descanso con seis disparos… y cero a portería. Ese fue el resumen de un equipo que tiene sábados de más ladrar que morder.
Con la tranquilidad del escenario, la Real esperó un segundo que sabía le llegaría. Fue en un córner, una jugada de pizarra de matrícula de honor. Centro al primer palo, bloqueo a Isi, prolongación y remate -totalmente solo- en el segundo palo de Barrenetxea. Fácil (bis). Esta Real juega realmente bien. Sabe lo que tiene que hacer, lo ejecuta y se va; es la obra cumbre de un Imanol confirmado como artista de este deporte.
Nada le distrae, ni siquiera el agotador arbitraje de Mateu Lahoz, por cuyos monólogos se deberían descontar casi cinco minutos por partido. Volvía tras el neverazo (no pitaba desde el 5 de enero) y lo hizo por la puerta grande. Como Frank Sinatra, a su manera. Ante la mala tarde de Unai López, el remedio de Iraola para buscar una heroica fue introducir a Comesaña -llegó a los 200 partidos oficiales con la Franja en el pecho- por él.
Morir de pie
Y mejoró el Rayo. Mucho, teniendo en cuenta lo bajo que estaba el listón. Debió darse el típico golpe en el pecho del ‘podemos morir, pero que sea luchando’. El anuncio de que el partido aún tenía hambre de espectáculo llegó a los pocos minutos: paradón de Remiro a cabezazo de Lejeune. Espectacular. Insistieron los vallecanos, perdonavidas como tantas veces. Álvaro García, a bocajarro dentro del área, estrelló un gol cantado en un central.
No cambió el guion (balón y batuta para el Rayo), pero en el segundo acto no hubo harakiris franjirrojos. La Real aguantó en campo propio, repelió y ganó. Porque las entradas de Nteka y Falcao, en un all in final, fueron estériles. Ganó la Real en Vallecas, un equipazo con olor a temporada histórica. El Rayo confundió soñar, con quedarse dormido. Y la caraja fue de Champions.