“Al que se muere en domingo deberían meterlo en la cárcel” (El Verdugo, Luis García Berlanga, 1963)
Los fieles de Mestalla acudieron en masa a su templo para invocar la resurrección del Valencia de la mano de uno de sus tótems, Rubén Baraja. Enfrente, un Rayo Vallecano que parecía un rival perfecto, equipo del que no se recuerda victoria alguna en los últimos tiempos. Bueno sí ,una, fue en lunes y cerca de allí, en Villarreal.
Debió ser por ello que la franja se adelantó como quien no quiere la cosa. La jugada no podía sorprender a nadie. Fran García se estira, cede a Trejo, el ocho abre para Álvaro, este la pone al punto de penalti, Camello atrae a los defensas y Comesaña entra por sorpresa desde atrás. La hicieron sin oposición salvo la necesaria para que el Rayo se adelantara. Los dos zagueros picaron el anzuelo y dejaron a Santi solo. No podía fallar. Gol .
El gol supuso el toque de corneta perfecto para los locales que por tierra, mar y aire intentaron golear la portería de Dimitrievski durante la primera parte pero la ansiedad, la suerte y el acierto de zaga y arquero alejando balones de su meta le sirvieron para llegar al descanso por delante en el marcador.
Cuando recogí de casa materna la preceptiva fuente de torrijas de Semana Santa me habló de las virtudes y defectos del pan aportado para dicho manjar. La textura de brioche lo hace excelente pero el baño en leche debe ser somero y la fritura justa y no excesiva, pues la torrija se puede quemar.
La franja decidió tras el descanso quedarse como en tantas ocasiones dándose un baño en la fuente de la leche. Quizá alguno, elogiadísimo por todos se sintió como Cleopatra en leche de burra . Sus jugadores se fueron acomodando y ablandando cerca de su arco, adormilados, sin percatarse de que los jugadores chés los fueron metiendo, pasados por huevo, en la gran sartén del área.
Los franjiblancos se fueron dorando poco a poco ante un Valencia que ponía toda la carne en el asador (la suya) para salir de la quema (paradoja), pero que no encontraba el punto de cocción, ni cocinillas que diera con el punto. Lo intentaron Lino, Kluivert o Almeida que era el que ponía el azúcar, pero tuvo que llegar el Master Chef para arreglar algo el desaguisado.
Figueroa Vázquez tomó la responsabilidad. Ante la petición unánime de la grada de que aquellas torrijas ya estaban el árbitro quiso sacarlas pero el VAR le dijo “no, un par de minutos más”. La gula pudo a Figueroa que , a nadie le amarga un dulce, sacó una torrija de la sartén a sabiendas de que no tocaba. El VAR le avisó de que quizá no era el momento pero como Juan Palomo hizo un “yo me lo guiso yo me lo como”. El penalti lo transformó con sangre fría Justin Kluivert para el empate a 1.
El gol despertó por un momento a los visitantes que notaron el calorcillo y quisieron salir de la sartén. Salvi estuvo cerca pero aquella era de inducción y Mamardashvili y sus compañeros les llevaron de nuevo al fondo de ella. El árbitro con el pitido final sacó al Rayo de la fuente de teflón, quemado pero no devorado por un Valencia que lo intentó pero se quedó con las ganas de comerse los tres puntos.
La torrija, apreciada en paladar se convierte en despreciada en términos de posesión o transporte . Se habla en modo ofensivo de tener o llevar la misma, pero lo importante es el carácter temporal. En el caso del Rayo Vallecano de las segundas vueltas con Iraola se deben utilizar los verbos ser o estar.
Solo un milagro permitió al Rayo puntuar en Valencia y alcanzar los 37 puntos. Vía crucis parece que no va a ser, pero un valle de lágrimas sí. Tanta quemadura no es buena, no.