No hay nada imposible si eres de Vallecas. A más obstáculos, más coraje. Es la única filosofía posible para un guerrero de barrio. El Rayo Vallecano lo es. Y le dijeron tantas veces que remontar era imposible, que dejó de serlo. La Fiesta Pagana y la Vida Pirata volverán a sonar en Primera División. Porque la Franja siempre regresa. Y el Desembarco de Montilivi, histórico, ya es uno de los capítulos más gloriosos de la historia del club.
El Rayo salió con el machete entre los dientes y los ojos inyectados en sangre. Y el Girona, cegado por el relámpago, quiso reaccionar cuando ya le había partido un trueno. Fue la noche de Iraola y Álvaro García. El primero se partió la camisa en la última gran batalla: fuera Advíncula y Qasmi; dentro Mario Hernández y Andrés Martín. El equipo fue más bloque atrás y ganó dinamismo arriba. La tarea de la bala de Utrera fue, haciendo honor a su nombre, atravesar el buque gironins.
Y firmar uno de los mejores goles de toda la temporada. Velázquez sirvió un pase a la espalda de la defensa desde 60 metros, Álvaro García lo bajó con la zurda y definió con una vaselina con la diestra, superando a Juan Carlos. Era sólo el minuto 7 y ya ganaba el Rayo, que dio rienda suelta al frenesí. Se dejó llevar por la adrenalina y fue un huracán. Tan sólo Arnau, entre una marabunta de piernas, pudo enganchar un disparo que obligó a Luca a lucirse. Parada de notable alto. A esa hora de la noche el Alcampo de la Albufera ya había agotado todos sus desfibriladores. Harían falta.
Y pocos minutos después, en el 45+2′, llegó el gran rugido. Otra vez Alvarito rompió al Girona con una galopada por la izquierda, llegó a línea de fondo, puso un centro raso y el balón le cayó a Trejo. El Chocota controló a dos metros de la portería y el tiempo se detuvo por completo. Fueron milésimas que parecieron horas, bañadas en un silencio sepulcral. Franquesa le tocó la pelota por detrás, Trejo definió como pudo con la zurda y tuvo la fortuna de que se coló por debajo de Juan Carlos. Entró llorando, pero entró. Francisco se quedó petrificado. Montilivi, helado. Y Vallecas, majareta. 0-2 y descanso.
El partido se volvió loco en la reanudación. Rozando el 55′ vio la segunda amarilla Velázquez, en una decisión arbitral inexplicable. El central se resbaló yendo a por el balón, intentó quitarse como pudo y tocó levemente a Terrats en la rodilla. E Iglesias Villanueva, que vio todo a apenas unos metros, decidió enseñarle la segunda cartulina. El VAR, al ser expulsión por doble amonestación, no pudo entrar (sólo puede intervenir en rojas directas). Iraola quitó a Andrés Martín para dar entrada a Saveljich; Francisco metió a Stuani por Arnau. Declaración de intenciones. Quedaba media hora de asedio catalán.
Y la Franja, que de trincheras tiene varias enciclopedias, hizo una oda a la resistencia. Aguardando en un 4-4-1 en campo propio, renunció a buscar otro gol y lo confió todo a su defensa. A no encajar. Y en esa misión tuvo un enorme peso Luca Zidane, que hizo varias intervenciones espectaculares para salir por la puerta grande. La más destacada, una mano abajo a disparo de Bárcenas desde el punto de penalti. Así se callan dudas y críticas, con heroicidades. Paradones.
Los últimos minutos fueron la perfecta demostración de que el tiempo es relativo. Media hora bebiendo cerveza se pasa volando, pero diez minutos de agobio en Montilivi duran como varios siglos. Los nervios rompían cualquier medidor y la ansiedad se apoderaba de los catalanes, que enfilaban el tramo final sin encontrar petróleo. Pidieron penalti por una mano de Saveljich en el área, pero el colegiado, interpretando involuntariedad, no señaló nada. No hubo gol, sí milagro. Ascenso.
El Rayo hizo lo que parecía imposible y jugará, la próxima temporada, en Primera División. El Santa Inés echa el ancla en puerto de oro. La Franja ha vuelto.