EL CROMO OLVIDADO
¡A las armas!, nunca mejor dicho. La historia del hombre que fue varios hombres.
En el álbum siempre incompleto del recuerdo invocamos, casi a la manera elocuente de los espiritistas, a Aldo Sambrell: viajero, cantante, actor y futbolista del Rayo Vallecano.
Su existencia se empareja con la vida de los hombres camaleones, buscadores de identidades como Boris Vian o Arthur Cravan.
Portador de múltiples nombres, Alfredo Sánchez Brell nace el 23 de febrero de 1931 en Vallecas. Mientras su familia es encarcelada repetidas veces por el régimen franquista, a tal punto de que su padre tiene que exiliarse en México, Alfredo pasa la infancia distraído de la realidad, inmerso en una ficción que más tarde sería su realidad: las películas del oeste. A los 12 años viaja a México para reunirse con un padre desconocido. Allí se dedica a cantar rancheras con el nombre de Alfredo de Ronda, y llega a compartir cartel con Manolo Caracol y Joselito.
Después de estudiar arte dramático en Estocolmo, regresa a México y se convierte en jugador profesional de la liga mexicana. Intenta cantar goles. Sus clubes son el Monterrey y el Puebla. En el fútbol azteca lo llaman el madrileño Sánchez, nombre correcto pero no habitual.
Cuando su padre muere en 1959, Brell decide volver a España. Suena para el Real Madrid, pero juega en el Alcoyano y viste la Franja con el Rayo Vallecano en la temporada 59-60. Es defensa, y aquel año disputa solo dos partidos: contra el Recreativo y contra el Murcia. Finalmente cuelga las botas para hacer realidad la arenga bukanera ¡A las armas!. Cambia otra vez su nombre por el de Aldo Sambrell y pasa de jugador de reparto a mítico villano secundario del spaghetti western, subgénero que acaba de nacer. Ahora será un eterno suplente, pero conocido y mejor pagado.
Debuta en Atraco a las tres con un papel por lo menos terciario. De hecho, no aparece en las referencias históricas.
En 1964 se casa con la modelo y actriz Cándida López Cano. De una relación extramatrimonial, tiene un hijo. El padrino del bautizo es Sergio Leone.
Se intuye que ese intercambio de miradas -la de Leone era una cámara y la de Sambrell la natural de un actor, con esa cicatriz en la mejilla que lo hacía aún más villano, recuerdo de una operación torpe en México por alopecia- fue el inicio de su fama relegada. O quizá las copas y el jolgorio o tal vez un revólver de plástico esgrimido por Sambrell en un baño frente al pecho de Leone, una actuación supersónica pero realista que convenció al director. No sabemos. Pero a partir de ese día el nombre que ya connotaba caballo, barba, forastero, mirada implacable, duelo, empezó a figurar en los créditos.
Leone lo llama para La trilogía del dólar: Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo. Dirigido por él, Aldo comparte escenas con Clint Eastwood, Gian Maria Volonte, Klaus Kinski, Henry Fonda, Charles Bronson y Claudia Cardinale, entre otros.
Dicen que tenía cuatro revólveres. Dos en los ojos.
Más adelante, triunfa en Italia y en los Estados Unidos, con films en los que aparece junto a Sean Connery, John Carradine, Arnold Schwarzenegger, Raquel Welch, James Mason, Jack Palance, Alain Delon, Gina Lollobrigida, Anthony Quinn, Kirk Douglas , Orson Welles y muchos más.
Olvidado por el cine de nuestro país y por el fútbol, Sambrell trabaja en unos 300 rodajes y se convierte en el actor español más internacional.
Tiempo después, cuando el spaguetti western pasa de moda, se lanza a la producción y dirección de películas de acción y aventura.
En Italia gana el Premio Internazionale Fontana di Roma. En España, su vida inspira un libro: Aldo Sambrell, la mirada más despiadada y un documental: Río seco, en el que él mismo protagoniza los últimos días de un actor que ya nadie recuerda. Cualquier parecido biográfico no es mera coincidencia.
Aldo Sambrell, el que murió tantas veces en la ficción, el que vistió la mejor camiseta del planeta, muere fuera de la pantalla el 10 de julio de 2010, a los 79 años.
Sus cenizas descansan inquietas en Fort Bravo, Desierto de Tabernas, Almería. Una de las zonas más spaghetti western del mundo.
Gracias a mis amigos rayistas del grupo de WhatsApp “Comando Cocido Renovado”. Ellos me han pasado el dato para esta minibiografía.