El Athletic de Bilbao visitaba Vallecas para medirse a un Rayo Vallecano que comenzaba a respirar. Quedaban solo tres jornadas para terminar la Liga, y los franjirrojos, que llevaban prácticamente toda la temporada en puestos de descenso, estaban obrando el milagro de la salvación.
Fiesta en Vallecas: Rayo Vallecano 4-2 Athletic
Aquel 28 de abril de 2002, el equipo dirigido por Gregorio Manzano prácticamente certificó la salvación en Primera División tras una complicada temporada. Los franjirrojos, que comenzaron el curso con Andoni Goikoetxea en el banquillo, habían estado prácticamente toda la campaña en puestos de descenso. De hecho, Goikoetxea solo duró cinco jornadas, en las que el equipo solo sumó un punto, cuando Manzano se hizo cargo del equipo para el resto de la campaña.
El partido contra el Athletic fue especial. Vallecas apretó y el equipo acompañó a una grada entregada. Fue un día redondo, el Rayo goleó para prácticamente dejar sellada su permanencia, pero el cuento tenía un punto negro al final.
Manzano alineó un once ofensivo: Etxeberría; Alcázar, Hernández, De Quintana, Corino; Vivar Dorado, Pablo Sanz, Míchel, Quevedo; Peragón y Bolic. En la segunda parte también jugaron Bolo, Helder y Ferrón. Por su parte, el Athletic, que tenía a tiro los puestos de Copa de la Uefa, jugó con Aranzubia, Carlos García, Aitor Ocio, Alkorta, Murillo; Del Horno, Yeste, Tiko, Alkiza, Urrutia; Urzaiz.
Peragón y Bolic ponían el 2-0, recortaba distancias Urrutia, pero el vendaval franjirrojo esa tarde en Vallecas era espectacular. Míchel y Corino (este último de penalti) establecían el 4-1, que fue maquillado por Santi Ezquerro. El partido terminó con 4-2 y un Rayo Vallecano virtualmente salvado después de una gris temporada.
Lesión de Míchel
Pero la fiesta tenía un triste incidente. El partido estaba a punto de finalizar cuando el ‘niño’ de Vallecas, Míchel, caracoleaba en la banda izquierda y caía al suelo. El partido estaba prácticamente entrando en los minutos de descuento, por lo que no parecía alarmante. Vallekanfield rugía: “¡El Rayo es de Primera!”.
Pero Míchel gritaba, se quejaba. Le dolía. Entraron los médicos para atenderle y con el pitido final del partido, y la grada aplaudiendo, Míchel abandonaba el Estadio de Vallecas en camilla. Era grave, se veía. Punto final a una temporada oscura en la que el 8 brilló.
Probablemente, esa lesión le frenó la opción de salir a un equipo grande. Tenía ofertas en la mesa y era la oportunidad de Míchel. Estaba en su mejor momento, pero la siguiente temporada se quedó en Vallecas tras seis meses de recuperación. Una jugada fortuita, aislada, insulsa, que dejó a Míchel con una lesión que marcó su carrera.