Texto: Sergio López / @sergiolopezdv
La bipolaridad futbolística es una mala herramienta para postularse al ascenso. El Rayo Vallecano de Jémez es uno en casa y otro fuera. En Vallecas, un equipo que se siente dominador, que sabe cual es su papel y que conoce la obligación de ganar; a domicilio, un equipo tímido, poco peligroso y escaso de mordiente.
El viaje a Málaga era engañoso, un rival peligroso que atraviesa una situación extradeportiva muy delicada. Todo ello, combinado con una jornada entre semana que transmitía sensaciones extrañas. Era martes, raro. Había que ganar por muchos motivos: por los puntos, por la jerarquía y, sobre todo, por romper la dichosa maldición del visitante.
Esa maldición que nació el 28 de enero en Mendizorroza, última vez que el conjunto franjirrojo ganó un partido fuera de Vallecas. Desde entonces, nunca jamás se ha ganado a domicilio. Ni en Primera ni en Segunda. Y tampoco iba a ser esta vez.
Jémez avisó rotaciones y las cumplió, aunque mínimamente. Sólo hubo tres cambios en el once con respecto al Racing: Saúl (debutante), Milic y Andrés Martín. Los primeros compases del choque no invitaban al optimismo y el revés llegaría muy pronto. En el minuto 7 una pérdida en la medular desató una contra del Málaga. Los andaluces combinaron a la perfección a través de las botas de Sadiku y Adrián, para que este filtrase un pase de la muerte hacia Cifu, lateral derecho, que le ganó la posición a Saúl y marcó a placer.
El Rayo fue de menos a más y acabó monopolizando la primera parte, pero sin gran presencia en el área rival. La más clara la tuvo Pozo, que se anticipó a Luis Hernández y remató con un chut raso y potente al segundo palo, desbaratado por Munir con un paradón antológico. El Málaga aguantaba, el Rayo dominaba pero no marcaba y Jémez, se desesperaba.
El técnico movería ficha en el descanso introduciendo a Bebé por Andrés Martín. El portugués dio aire y hambre arriba. Y tuvo el empate. Zapatazo lejano con la pierna derecha ‘marca de la casa’ que se estrelló con el poste derecho de la portería de Munir. El Rayo avisaba.
Y el Rayo lo encontraría. Saúl colocaría un centro a la perfección desde la izquierda que Embarba, prácticamente sin marca, sólo tuvo que empujar al fondo de las mallas. El partido estaba empatado y el Rayo se gustaba. El cuero era franjirrojo y todo invitaba al optimismo.
Benkhemassa dio el susto tras quedarse a centímetros de rematar una mala cesión hacia Alberto; un Advíncula salvador evitaría el tanto local. Ulloa se toparía con la madera tras un disparo raso desde la derecha; había cerrado bien los espacios Munir. El delantero argentino sigue sin inaugurar su cuenta goleadora con la franja.
Milic se lesionaría en un balón dividido con Sadiku, el central se torcería el tobillo en un mal gesto y tendría que abandonar el partido en camilla. Su imagen, muy preocupante. Entraría Catena. Los vallecanos siguieron fieles a su estilo, posesión por bandera y centros laterales. La más clara llegaría tras un centro raso de Trejo que prolongaría Ulloa con el exterior hacia Bebé, el cual se quedó a escasos centímetros de rematar.
El Rayo no encontró el segundo gol, sacó un punto de Málaga y se dejó dos. Miren el vaso medio lleno o medio vacío. Pero sea de cristal o de plástico, hay una realidad: la maldición del visitante sigue intacta. Mendizorroza puso su sello y, desde entonces, el Rayo no ha vuelto a sonreír lejos de Vallecas. Próxima cita, el sábado, en Vallecas, ante el Almería. Uno de los mejores partidos que se puede ver en la categoría ahora mismo.