
Vallecas murió de pie, como se muere en Vallecas. Dando guerra hasta la última jornada, mirando de reojo los billetes a Liverpool. Tendrán que esperar. No serán en el año del centenario, pese a que el relato por momentos pareciese diseñado por el mejor escritor de todos los tiempos. La ecuación era de cuarto grado: ganar en Mallorca, que no lo hiciese el Athletic en el Bernabéu y que en Pamplona, empatasen. Se dio una y gracias. Porque así es el destino, a veces, tan caprichoso que roza lo cómico. La carambola estuvo lejos desde que el Santa Inés encallase en Mallorca. Ahí se apagaron las calculadoras y sonaron los despertadores. Será, pasará, pero tendrá que esperar.
El fin de los Iraola, Catena, Fran García, Comesaña y compañía, no fue del todo feliz. Ya me entienden, de vuelta al barrio sin perdices. El técnico apostó de nuevo por la fórmula de Álvaro García en el enganche, consecuencia de un Trejo renqueante que no pudo ni entrar en la convocatoria. Con el tridente improvisado y RdT en los cañones, rumbo a la faena. A competir en un partido que tuvo más nervios y sudor, que brillo. En la primera parte la Franja fue algo superior, muy poco, rozando el gol por medio de Óscar Valentín y un derechazo desde la frontal que salió lamiendo la cepa del poste.
Los otros seis disparos tuvieron demasiada morfina. Poco colmillo para la sangre que demandaba la tarde. Ante esa tesitura, un Mallorca con ganas de homenajear su sobresaliente temporada, despertó. Vio que pese a estar jugando lejos de su quinta revolución, podía ganar. Y todo entró en esa cuerda floja del que marque, gana. La ley más antigua de este deporte pero a la vez, más sagrada. En Son Moix se presentó con traje de chaqué. Y es que tras tanto perdonar el Rayo, dirigido por la osadía de Chavarría -al que le sobra ímpetu, pero le falta rodaje; lo tendrá el curso que viene- y sin la chispa de los Isi-Alvarito, acabó pagando el plato.
Una llegada, agua. Otra llegada, agua. Otra, maremoto. Y en esa marejada, el pirata Muriqi fue quien descorchó el ron: eran los primeros minutos de la segunda parte cuando recibió un centro raso y lo mandó al fondo de la jaula al primer toque. Fácil, sencillo, mortal. Instantes antes había marcado el Athletic en el Bernabéu y Osasuna en Pamplona. De golpe y porrazo, lo que estaba a un gol, se había puesto a tres. El Cerro Almodóvar pasó a ser un Himalaya. Hasta tal punto, que el oxígeno se redujo a cotas de ochomil. No hubo fuerzas, no hubo reacción. No volvió a haber Rayo. Irreconocible.
Y el tiro de gracia llegó por alto: testarazo de Copete en un córner y 2-0. Ahí, pese al 1-1 del Bernabéu y el 2-1 del Girona, se acabó cualquier atisbo de sueño. Y por si acaso, Ángel transformó un mano a mano ante un Diego López que entró para jugar los últimos minutos. Ya estaba perdido, así que bienvenido Mr. Homenaje. La remontada pasó a ser utopía y Liverpool, la simple casa de los Beatles. Donde el rayismo algún día irá a enseñarle a esa tal Jude que la Vida Pirata, es la vida mejor. Pero no será en 2023. Estuvo muy cerca. Fue un sueño mientras duró. Otro, como el de La Cartuja.
