

El Rayo Vallecano de Iraola tiene dos caras. Está el perfil bueno, mejor local de la categoría con pleno de victorias (incluida ante el líder); y el malo, uno de los peores visitantes con sólo una victoria (en Mallorca, primera jornada). Es la cruda realidad de un equipo que una semana da una dosis de ilusión y la siguiente estrella el frasco en el suelo. Una montaña rusa de emociones para la afición.
Podría ser incluso un guiño al Dr. Jekyll & Mr. Hyde. En la novela de Stevenson, dicho personaje es un científico que crea una pócima con la capacidad de separar la parte más humana del lado más malvado. Cuando la bebe, se transforma, convirtiéndose en alguien capaz de cometer cualquier barbaridad. Algo así como vencer al Espanyol en Vallecas con un épico gol en el descuento y, unos días después, ofrecer una imagen decaída (aunque algo mejor a otras veces) en el Tartiere. Una de cal y otra de arena.
Iraola, consciente de que al equipo le venían tres partidos en siete días, asumió que debía rotar. Y pensó “si lo hago lo hago bien”. En vez de proponer ligeras modificaciones que mantuviesen la base pero oxigenasen al equipo, decidió implantar una auténtica revolución. Andrés Martín fue el delantero titular (Qasmi y Ulloa, suplentes), Fran García salió como extremo izquierdo, Advíncula volvió al lateral derecho y en el medio, Mario Suárez y Trejo sentaron a Valentín y Pozo. Ahí es nada, acicalen los cañones y a la guerra.
Pero se vieron pocas balas y muchas trincheras. La primera parte acabó con sólo un disparo a puerta de cada equipo, ambos cargados de inocencia. Por el Rayo fue Fran García quien, a la mediavuelta, puso a prueba a Femenías. Despejó el portero de puños con firmeza. Más allá de ahí, nada. No había verticalidad y todo se resumía a un baile posesivo de costado a costado sin ánimo de asumir riesgos. Hoy en día a eso se le llama “fútbol táctico”.
Iraola, consciente de que esa fórmula era exquisita para no fatigar piernas pero inútil de cara a ganar el partido, decidió retirar a Martos en el descanso para introducir a Isi. El Rayo recuperó dinamita y empezó a ser reconocible. Sería a la hora de juego cuando Catena, vía aérea, rozó el primer tanto con un poderoso cabezazo. Apareció Femenías, guardameta carbayón, para despejar el cuero con una estirada de matrícula de honor. Directa a las mejores paradas de la jornada.
También amenazó con sacar su zarpa (y esa está bien afilada) el bueno de Fran García, cada vez más consagrado como mejor jugador de la temporada y revelación, incluso, de la categoría. En el minuto 66 soltó un zurdazo desde la frontal que se estrelló en el palo derecho. Se estaban repartiendo los puntos, pero no las ocasiones, porque llegados a ese minuto ya era el Rayo quien dominaba de manera abrumadora.
El único susto se produjo en el último cuarto de hora de juego por un supuesto derribo de Velázquez sobre Obeng dentro del área. El grito del delantero se escuchó desde los Alpes y el contacto existió, pero no interrumpió el posible remate y mucho menos pareció suficiente. En el todo por el todo introdujo Iraola a Ulloa (tercer partido consecutivo que disputa, buena noticia) y Antoñín. Se volcó el Rayo y lo probó con centros laterales, pero era no era la fórmula para perforar el muro carbayón, firme en su postura de contentarse con el punto. De los nervios se pasó a las interrupciones y ahí, al barro. Se ahogó el partido.
El Rayo dio un golpe sobre la mesa tan fuerte en la primera jornada, ganando en Mallorca, que hizo añicos el tablero. Y ya no tiene donde golpear. Lo que parecía una dilema ya es casi un complejo, porque el equipo encadena su tercer partido consecutivo sin ganar a domicilio. Saltan las alarmas y huele a problema. El calendario, caprichoso como él solo, ha hecho que la Franja deba volver a jugar ahora lejos de Vallecas, el domingo ante el Albacete (20:30 horas, Movistar LaLiga). Serán 90 minutos para apagar las alarmas o elevar las dudas. El Tartiere confirma que, como mínimo, ya no es una anécdota, es un problema.
