CARTA ABIERTA
De Jorge Rubio Villarreal (técnico del Cadete A) a Miguel Carrasco
Aunque todavía estás presente entre nosotros, en la mente de los que formamos este vestuario en el que eres y seguirás siendo muy querido, por los que fueron tus compañeros, por los que no lo fueron y que ahora sí que deberían de serlo, por los que coincidieron contigo como rivales y solo tienen palabras hacia ti como que eras muy grande, como jugador pero sobretodo como persona.
Un grande donde hace algo más de 3 años coincidimos tú y yo, coincidimos para ir al torneo de Bilbao y donde a la vuelta del torneo, ya en la ciudad deportiva, hice venir a tu padre para hablar conmigo. Tu padre vino con cara desencajada, pensando…”algo ha hecho el muchacho”. No, el muchacho no hizo nada malo, todo lo contrario. Mis palabras fueron textualmente:
“Le hice venir solo para darle la enhorabuena por el hijo que tiene, buena persona, buen jugador, buen compañero, su comportamiento ha sido ejemplar”.
Pasado este tiempo volvimos a coincidir pero ya sin poder disfrutar de lo que más te gustaba, que era tener un balón en los pies, siempre presumiendo de tu Rayo Vallecano, con la franja marcada en ese pequeño cuerpo.
Solo necesitamos quince minutos para mantener una conversación. Personalmente yo no pasaba por mis mejores momentos pero tengo que reconocer Miguel que me diste una lección. ¿Qué problemas podía tener yo? ¿Económicos? ¿Laborales? Problemas totalmente solucionables, problemas que pasaron a ser problemillas sin importancia porque así me lo hiciste ver. Te vi con unas ganas sorprendentes de vivir, con ganas de estar con tus compañeros y con ganas de golpear al balón como demostraste con ese giro de cintura y ese golpeo al aire con el interior y como siempre, … con una sonrisa en tu rostro.
Pasaba el tiempo y las conversaciones que mantenía con tu padre eran de poca esperanza pero ahí estabas tú, luchando como lo que eras, … como un valiente.
Hasta que llegó el maldito día, ese día en el que un compañero nos comunicaba mediante un WhatsApp que ya no pudiste más, que tu corazón se había parado para siempre. Maldita enfermedad, con todo lo que te quedaba por hacer y que por motivos imposibles de manejar, no pudiste.
Pocos días después, mientras me dirigía a casa, recibí un mensaje de tu padre en el que no fui capaz de terminar de leer y que leí días después porque no tenía valor para ello y donde decía:
“solo pido que si soñáis con Miguel, decidle que le quiero. Mucho, muchísimo. Bueno, … más que muchísimo. Siempre”
Desde el cielo hay un rayista más que nos estarás iluminando y que así será eternamente. Miguel, nos veremos, … nos queda un partido pendiente por jugar.
Hasta siempre VALIENTE…