No se lo voy a negar, lo del Rayo Vallecano esta temporada es increíble. Es difícil atravesar un año más convulso que este. Todo ha ido mal, desde la polémica por la subida de los abonos hasta el caos de las renovaciones a 30 de junio. Han sido once meses de desdichas para un cúmulo de muchos años. El rayista se siente raro desde hace tiempo porque no reconoce a su equipo.
Porque no lo siente como una agrupación sino como un club, algo ajeno al barrio, distante a su gente. El Rayo ha mutado de lo único a lo convencional. Y eso es lo más doloroso. Pero aún con todo eso, hay un resquicio de luz. Porque el Rayo tiene más vidas que un gato y para tumbarlo no vale con un caballo de Troya.
Hay algo innegociable con la franja y es la entrega. El Rayo es diferente porque nunca mira al marcador cuando acaba un partido. La idosincrasia de este club se aleja del resultadismo y aplaude la entrega por encima de todo. Eso es el Rayo, eso es este barrio. La afición sólo pide a sus jugadores que entiendan dónde juegan y que mueran por la camiseta.
A 12 de julio la opción de regresar a Primera es real. Aún con todo, ahí está, al alcance de la mano. Para ello la franja deberá solventar tres finales (y ya si eso hablaremos del playoff, paso a paso). La primera, en Almería, un partido que afrontará fuera de la promoción tras el triunfo del Fuenlabrada en Cádiz, pero que de ganar supondría un golpe de autoridad espectacular.
A partir de ahí quedarían dos choques que -a priori- podrían parecer de menor dificultad. Pero oigan, que sirva de aviso a navegantes la victoria del Racing al Huesca el pasado sábado. Aquí nadie regala nada. El primero de ellos sería en casa ante Las Palmas, que tiene prácticamente imposible meterse en playoff (está a 4 puntos con 6 por jugarse), pero apurará sus opciones.
La última jornada será en casa del colista, el Racing. Si el Rayo ganase los dos partidos previos podría llegar a El Sardinero con la clasificación al playoff cerrada, pero también cabe la posibilidad de tener que jugártelo todo, absolutamente todo, allí. Ese lunes 20 de julio promete ser de altos vuelos. Las dos últimas jornadas, además, serán en horario unificado.
Puede pasar de todo. El Rayo puede ganar los tres o perderlos todos, pero hay algo más importante: que la gente reconozca a su equipo. Que de una vez lo haga. Que el vestuario reciba la consigna de que con la franja en el pecho se sale a morir. Vallecas no reprochará nunca nada a sus jugadores si les vio dejarlo todo sobre el campo. Con eso vale.
Es la hora de las trincheras. En una semana se decide todo, si hay reilusión o apatía. El rayista sólo pide que Velázquez se deje el alma, que Comesaña sea ese chaval tímido fuera del campo pero guerrero en él, que Trejo no se ahorre una sola carrera, que De Frutos encare sin complejos y que Juan Villar entre a rematar cada balón como si fuese el último. Que el Santa Inés arme los cañones y vaya a la guerra.
Es el momento de que el Vallecas vuelva a sentir orgullo por los suyos. Porque esto no va de ganar o perder. Sino de ser el Rayo Vallecano.