Demandaba Vallecas un domingo de jerarquía y tranquilidad entre aguas turbias. La visita a Barakaldo prometía emociones fuertes: por el escenario, por el rival, por las bajas y por el contexto.
Los vascos se jugaban mucho más que una clasificación, atraviesan un drama financiero, sumando una deuda con la Seguridad Social superior al millón de euros y un triunfo ante el Rayo suponía ingresos. Es decir, suponía acariciar la piedra preciosa, alejarse de una innombrable desaparición. Tema tabú.
El Rayo salió firme en los primeros minutos de choque, siendo un equipo fiel a sus convicciones, que quería la posesión, llevar la vara de mando y liderar ante un rival, sobre el papel, inferior. Pozo adelantaría a la franja tras una gran jugada protagonizada por Álvaro García. Sonreía Jémez desde la grada. El técnico sigue sancionado tras su expulsión en Tarazona.
A partir de ahí comenzó a dar pasos hacia delante el Barakaldo, metiendo miedo, mucho miedo. Piovaccari marcaría dos veces, pero en ambas ocasiones el colegiado De La Fuente Ramos se lo invalidó. Los astros querían ver al humilde barrio madrileño sufrir.
Y sufriría. Sergio García no lograría aprovechar un rechace para batir a Morro. En el tramo entre el 60′ y el 70′ el Barakaldo protagonizó un asedio incesante sobre la meta del canterano rayista. Las ocasiones se sucedían y, en cada internada al área, los corazones se paraban.
La entrada de Andrés Martín no daría aire nuevo al equipo. El Rayo no rompió los moldes de su rival, apenas logró salir de la jaula en la que estaba encerrado. El segundo gol pasaba, siempre, por las botas de Piovaccari y, siempre, lo fallaba Piovaccari. No está fino el italiano.
Los últimos minutos fueron una montaña rusa. Jémez ya no sonreía porque el Rayo ya no controlaba ni el partido ni la pelota. Pero tanto va el cántaro a la fuente, que ya saben lo que sucede. Y Piovaccari encontró su tanto y la consecuente sentencia. Golpeo del delantero ante la presión de Julen López que entraba en la portería de Rabanillo. Se quitaba un peso de encima.
El Barakaldo mereció empatar y no lo hizo. Un recital de Morro, sumado a la falta de pólvora por parte de los locales permite a la franja estar en la tercera ronda. La suerte también juega en el deporte. Ahora, a pensar en el Lugo. El bombo ya hablará.