“Estamos aprendiendo a olvidarnos de recordar. Y eso es grave, porque, ¿Qué es la identidad sino memoria?»”
― Alexis Ravelo (escritor grancanario fallecido en 2023)
La vista prometedora de una mañana soleada en los respetos del Valle del Kas nos sedujo y mi mascota y yo decidimos de modo unánime salir a pasear. No nos contaron que al doblar la primera esquina el rey de nuestras vidas desapareció y todo se tornó frío y gris.
Qué tiempos aquellos en los que el inicio de la Avenida de la Albufera se convertía cada navidad en un mercadillo con sus naderías, sus regalos inservibles y la emoción de las luces, del paseo y de aquella camiseta de Rock o de Vallecas o de ambas cosas que terminabas adquiriendo derretido por el espíritu de la abuela roquera.
No hace tanto era así, pero la escusa de unos puestos en el bulevar los eliminó en aras de la seguridad ciudadana y beneficio de algún supermercado de reciente inauguración.
Hasta hace poco el Rayo Vallecano era una máquina de producir emociones de todo tipo. Con Paco y sus elogios de la locura pasabas de la melancolía a la euforia en cuestión de segundos. Con Michel la emoción y el orgullo de ver crecer a uno de los nuestros se convirtió en tristeza al ver que no lograba los objetivos. Con Iraola la alegría del triunfo del trabajo sin estridencia, la audacia y la osadía desde un método y la belleza del cuento de David y Goliat sublimado en la versión 2.0 del Matagigantes (salud compañeros de profesión, que no rivales) dieron a las gentes de la franja una autoestima de las que te llevan a ir al cole con la de Umbro, Errea, Kelme, Patrick, Joma, hasta la de Adidas o Puma o hablar en la oficina o el almacén de los tuyos.
No sé qué ha quedado de todo eso. El corazón se llena con la gente que hace cientos de kilómetros pero sufre cuando ve a los jugadores sufrir y a veces no entender los designios del capitán de la nave, no hablemos ya de su general.
Los primeros quince minutos del Rayo 0 Las Palmas 2 fueron lo que cualquier aficionado local quiere de su equipo. La franja arrinconó a su rival de un modo tan escandaloso como poco fructífero. Las llegadas se multiplicaron y el frente de ataque fue un soplo de aire fresco para la afición , orgullosa de la enésima juventud de su capitán sin brazalete. Faltó precisión pero hubo orgullo, interés, pasión. Sobró Valles, portero sin fama que a base de paradones se está haciendo famoso. De nuevo lo que llena el corazón.
Lo siguiente fue una historia ya conocida. El par de minutos de respiro tras un arranque intenso fueron lo que necesito Las Palmas para despertar. El partido se igualó y cuando la incertidumbre pesaba sobre el marcador Lejeune y Dimitrievski la liaron, para qué decirlo de otra manera. El arquero, presionado, abrió el balón al galo y este la devolvió demasiado fuerte para el normacedonio. Stole solo alcanzó a patear el balón hacia adelante. Moleiro aprovechó el regalo para adelantar a los amarillos pillando a contrapié a portero, jugadores, técnico y grada (0-1).
Los marineros del Santa Inés se conjuraron para evitar el naufragio e intentaron sin desmayo el empate a través de García y Balliu. Los isleños, acostumbrados a navegar en estas lides a punto estuvieron de nuevo de abordar la nao vallecana y los últimos minutos del primer acto fueron entretenidos.
El manual decía que había que salir como en la primera parte. Así fue. Quizá conceder algo pero someter. Solo un dato podía explicar que la franja no remontara. 18 goles anotados en 20 partidos.
La falta de gol persiguió a los de Francisco a los que faltó remate y buenas decisiones. Las llegadas se mantuvieron pero falló el último pase, sobró un metro adelantado y una pizca de mala suerte.
La siguiente hoja del libreto del partido fue un copia y pega del segundo tercio de la primera parte. Un equipo local que nota algo de fatiga y un visitante que intenta aprovecharlo. La inercia del balón lo llevaba al área visitante pero de ahí volvía a la esquina y hacía fuera como un frontón sacado por la zaga o el árbitro señalando peligro .
Luego ocurrió “lo de Álvaro”. Lo peor que le podía pasar al Rayo era perder a su mejor jugador en la busca de la remontada y para el siguiente choque. Ocurrió en dos momentos de desesperación al servicio de su equipo. Quiso frenar dos contras y vio el camino de los vestuarios. Sus nervios y el manotazo de impotencia a su entrenador fueron el reflejo de la situación del equipo que no pudo reponerse.
Un ramplón pero pleno de oficio Las Palmas aprovechó el momento de zozobra para sentenciar el partido con una gran llegada de Javi Muñoz. Fútbol. (0-2).
El Rayo no fue esta vez un pozo de melancolía pero sí un quiero y no puedo. Los de atrás en la clasificación se acercan a paso de tortuga pero la franja es una hormiga. Trabaja incansable pero es casi invisible, no termina de avanzar y a la primera de cambio es aplastada. Pinta bien para ser pesimistas, es decir, optimista informado.