
“Así como la desgracia hace discurrir más, la felicidad quita todo deseo de análisis; por eso es doblemente deseable” (Pío Baroja).
La última vez que estuve en Donosti saqué la zamarra franjirroja a pasear. Todo fueron parabienes. Recordé que de las primeras cosas que ves al pasar el puente son, si miras a un lado el Monte Igueldo y si miras al otro el Monte Urgull. Oculté en un bar de pintxos que la mejor Gilda se hace en la Villa de Vallekas.
Inmediatamente me sentí como en casa.
Lo mismo pensé ayer cuando Silva robó el balón a Fran García y la pelota, segundos después acabó en el arco de Dimi. Pero algo cambió.
En la ida en Vallecas, el mago de Arguineguín (vale, el otro, Valerón fue el primero) presionó y robó con los tacos el balón a Pathé Ciss. En aquella ocasión el trencilla vio fútbol donde yo vi juego peligroso, lo que me granjeó disputas con amigos txuriurdin y algo de desasosiego. Aquello fue el fin del Rayo Vallecano.
En la vuelta en Anoeta, el mago de Arguineguín (el que tiene la Copa del Mundo y no un descenso) presionó y robó el balón al lateral manchego con una obvia falta que el árbitro de campo no vio pero el de las pantallas sí. Aquello fue el inicio del Rayo.
Hasta entonces una franja anestesiada se veía incapaz de jugar la pelota agobiada por una Real Sociedad que movía la pelota como si fuera redonda mientras que los de Iraola hacían lo posible con un balón oval.
Pudo ser que Andoni se quejara ante su vecino de Orio Imanol o que el colegiado tomara cartas en el asunto, pero la intensidad de los locales fue creciendo de tal modo que el resto de la primera parte se disputó con un balón de playa por los txuriurdin y uno medicinal con los de Vallecas. Trenzar jugadas se hizo inviable. La imprecisión reinaba y el único brote verde que veían los del Santa Inés era la combatividad de Raúl de Tomás, que a la espera de goles recuperó las ganas de tener ganas. Y la portería a cero, claro.
Quien sabe si fue un rapapolvo o un ajuste táctico, pero el arranque del segundo tiempo pareció ser el opuesto al primero. Asentados los dos equipos en la cancha fue un detalle el que rompió el partido.
Jon Pacheco, central de futuro del equipo donostiarra arriesgó en la primera parte en un balón peligroso y lo sacó jugado con la suficiencia de Franz Beckenbauer. Por aquello de confraternizar a mi me recordó a Diego Llorente y por aquello de hacerlo aún más mío, a Alejandro Gálvez. Supe en ese momento que en algún otro, como los dos zagueros anteriormente citados, la cagaría.
El caso es que le llegó un balón medio difícil y el hombre se lío. Allí estaba Isi, que con esa mezcla de picardía, audacia y clase que atesora le superó con una picadita, corrió como un poseso y pues eso, marcó.
El Rayo había logrado remar hasta la orilla, pero equivocó la playa. Pensó que había llegado a la Concha pero no, era Zurriola. Antes de poder sacar la barca le superó una ola. Aihen puso el balón a la espalda de Fran García y Sorloth, el Thor de Zubieta, martilleó de cabeza las esperanzas de victoria.
Una vez caído,pero no ahogado el Rayo cogió su tabla y empezó a surfear. Imanol llenó la playa de tiburones y Andoni se protegió con Ciss.
La franja parecía de nuevo haber capeado el temporal pero de repente alguien gritó “mira al fondo, ¡el Kursaal!”. En el despiste, la Real fue el Euskotren, cruzó Amara a toda velocidad y llegó hasta la esquina izquierda de Anoeta donde de nuevo estaba Aihen. El lateral zurdo volvió a poner la pelota en el área pero Dimi, esta vez avisado, quiso salir y ayudar a Lejeune. El normacedonio, bien intencionado pero esta vez fallido midió mal y convirtió al parisino por un segundo en Maguire por lo que el balón, por lo que fuera o fuese, acabó en las mallas del Rayo.
Quedaba intentarlo pero sin Álvaro no hubo opción. El punto con el que no se contaba primero fueron tres,luego uno y finalmente ninguno.
Toca volver a casa y como en casa en ninguna parte. Ante el líder, seguro, será mejor.
