Qué difícil es ser del Rayo Vallecano y jugar en Donosti. La relación Franja-San Sebastián jamás volvió a ser igual desde aquel 8 de mayo de 2016. Dichoso Anoetazo. Hoy, más de un lustro después, la herida ni sana ni cicatriza. Porque sigue siendo territorio hostil en lo emocional y fausto en lo matemático. Segunda jornada y segunda derrota para el escuadrón de Iraola que, eso sí, volvió a dar una imagen de notable. El Himalaya inaugural, jugando ante dos colosos, ya ha pasado. Ahora llega Vallecas (ante el Granada), donde el primer ladrillo debe cimentarse. El Reale Arena, ya atrás, deja un tropiezo y varias lecciones. Casi todas buenas.
La primera parte tuvo más horizontalidad que verticalidad, receta infalible contra el espectáculo. El balón fue local, pero la resiliencia defensiva, visitante. Y sobresaliente. Sólo Silva, tras un recorte de categoría, se acercó con verdadera claridad a abrir el marcador. El Rayo, que estrenó tridente (Merquelanz-Andrés-Álvaro García), aceptó el envite y salió al ruedo a intentar robar la posesión. A dominar en el Reale Arena. Digna valentía para mirar a los ojos del tigre de Alguacil y un bis de lo que va a ser esta temporada: si hay que morir, se hará siempre de pie. Habiendo sido gallardo.
Bajo esa fórmula se llegó al descanso, aunque con susto bajo palos. Dimitrievski cayó conmocionado tras una parada rozando el descuento… Pero todo quedó en eso, un susto. Antítesis de todo fue la primera parte: 45 minutos frenéticos donde pasó casi de todo. A los pocos minutos Andrés Martín enganchó un buen cabezazo en el área y lo estrelló en el palo. Instantes después, réplica txuri-urdina, Elustondo dirigió el balón hacia la escuadra y Dimi, volando sin motor, hizo una de las paradas de la jornada.
La igualdad fue dictadura hasta pasada la hora de juego, cuando una mano de Balliu dentro del área supuso un penalti a favor de la Real. Oyarzabal, que otras cosas no pero de penaltis sabe bastante, dio sus clásicos pasos cortos, levantó la cabeza, disparó al lado contrario e hizo el 1-0 con un golpeo exquisito.
Todo el plan rayista se desmoronó. La igualdad se convirtió en claro dominio de la Real, que apretó buscando el segundo ante un Rayo roto. Aquello que se había trabajado con mimo y sudor pasó a ser papel mojado. Y las lecciones y buenas sensaciones se evaporaron. Portu pudo anotar el segundo tras una incursión por banda, hacer más sangre; también Isak, en un mano a mano. No llegó.
El Rayo, hasta el gol, fue un equipo que miró de tú a tú a la Real Sociedad en su campo. Y de no haber sido por un inocente penalti, el partido habría estado en un puño. El fútbol -y la vida- a veces son detalles. Milésimas de segundos que lo cambian todo. La Franja cierra las dos primeras jornadas sin puntos, pero con la sensación de que hay madera de roble. Ha demostrado que es un equipo que se pone en pie ante los gigantes.