La pena máxima del Rayo Vallecano son las penas máximas. Un quiste que frena la velocidad de la luz del Halcón de Iraola. La Franja es el equipo de Primera con más penaltis señalados en contra, siete. Dos los detuvo Dimitrievski; cinco fueron a la jaula. El último de ellos, el que empañó la rocambolesca tarde de Mestalla, en la que el Rayo volvió a ser ese Mr. Hyde piadoso a domicilio, pero también ese Dr. Jekyll que nunca baja los brazos. De los 24 puntos ligueros, el 79% se han conseguido en Vallecas (19). Tener un fortín es clave, y algo precioso, pero hacer flotar el Santa Inés lejos del Puerto de la Karmela empieza a antojarse necesario. Y el camino es la actitud de estas batallas. Eso y dejar de hacer penaltis, aunque algunos sean de traca.
Como el de Mestalla, bañado en más dudas que certezas. Saveljich, de manera involuntaria, pateó la pierna izquierda de Hugo Duro, una acción señalada como penalti por Hernández Hernández que, al segundo, se percató de que su linier había indicado fuera de juego previo. Ahí se desató el caos. Primero, porque la línea trazada por el VAR fue tan milimétrica que invitó a dudar y, segundo, porque el pateo de Saveljich, además de involuntario (aunque eso no tiene por qué eximir la responsabilidad) pudo venir precedido de una patada del propio Duro sobre el rayista.
La jugada no trajo su miga; fue directamente una masa madre. Y no perdonó Carlos Soler, doctor en la materia para aguantar con la cabeza alta hasta el último instante y disparar al lado opuesto. El Valencia, en toda la primera parte, sólo hizo ese tiro a puerta, compendio de que la batuta fue de los de Iraola, valientes con la pelota, pero invisibles a orillas de Cillessen. Eso le faltaba a la Franja, punch, colmillo. Y para su fortuna – y desgracia de otros – tiene escrito en las tablas de la ley ‘nunca bajar los brazos’, e insistió tanto que halló el empate.
Balliu, tras tirar una pared, metió un centro raso que Catena remató con un taconazo de chistera, ya catalogado por las rúas del barrio como Cateninha. El balón tomó rumbo a la jaula, Cillessen lo sacó en la misma línea e Isi, como cazador en la selva, lo fusiló con rabia. Rodillas a tierra y dedos al cielo. Un grito más a La Roja. El equipo se dejó llevar por la adrenalina y el estilo, ese del “aquí mando yo y si no te gusta, ven a quitarme la pelota”. Sin Trejo, Falcao (molestias musculares) y Nteka, el Rayo sigue siendo fuerte porque mantiene lo más importante: la confianza del bloque en el bloque. De todos en todos. El ser un equipo.
Y pudo ganar. Pozo yerró en una definición desde la frontal y Comesaña pidió penalti en un derribo al entrar a rematar. También pudo perder, de no ser porque Dimitrievski se convirtió una vez más en el Santo de Kumanovo para volar y detener un remate a bocajarro de Hugo Duro. El final tuvo más curvas que el circuito de Imola. Y polémica: Diakhaby tocó el balón con la mano tras un disparo de Bebé en el 89′. El árbitro interpretó que le vino de rebote y no señaló penalti. Decisión lógica, aunque áspera. Sí señaló fuera de juego a Andrés Martín, 1 minuto antes, para anular el 1-2 en un mano a mano. Se quedó con las ganas el Rayo, que habría pedido 5 minutos más donde todos piden la hora.
Vallecas arde como la Fallas por un nuevo penalti, el séptimo de la temporada y que le privó de llevarse el dulce sabor de la victoria a la boca. El Rayo fue una traca; su pena máxima, de traca.