Hoy me acordé de tí, Jorge.
Ya sé que la tecnología ha avanzado tanto que allá donde estés, cielo, tierra o mar, habrás podido verlo, aunque deseo por tu bien que hubiesen interferencias.
La franja que surca tu alma y que para todos fue tu amor más conocido no ha estado a la altura. Ni sus jugadores, ni sus técnicos ni por supuesto el club que los paga te ha rendido tributo con triunfos, empatía y cariño. Por desgracia ni a tí ni a ninguno, pero mal de muchos…
No. Un bien pensado como yo ha llegado a creer que tu llegada al tercer anfiteatro congeló determinados corazones y el cuento de Navidad se escribió y leyó al revés, alejándonos cada vez más a todos, de uno o otro modo,del Rayo Vallecano.
Lo sentí cuando visité el campo recientemente. Aunque escribo, no soy periodista (ya me gustaría) sino aficionado y esa punzada de emoción de cuando sales de las entrañas del templo y solo ves verde se desvaneció entre escaleras de peldaños desgastados, asientos sucios, malestar general y tristeza y congoja de día de todos los santos o la Almudena en su velatorio y cementerio, de paseo por la Avenida de las Trece Rosas, que en nuestro caso, cada vez más son once marchitos, y tirando a cardo, cactus o enredadera.
Me acordé de tí, Jorge, de tu imagen en éxtasis en el césped de Vallecas en el que era imposible encontrar a Wally, todo lleno de gente exultante en rojo y blanco,y de la pena que sentimos al no tener tu alegría para ayudarnos a pasar este via Crucis. Me consta que la comunidad naranja de tu colegio también te echa en falta.
Con eso me quedo, Jorge, con esa esperanza inconsciente que imagino tuviste, con la irreverencia de tu juventud, con la iniciativa de las primeras responsabilidades que me emociona al ver en los hijos propios y con la emoción y la ilusión que no perdiste y que algunos vamos perdiendo.
Un año sin tí, Jorge. En la grada, en el pupitre y en la mesa del comedor se te echa muchísimo de menos.