LA ESCUADRA
Ayer vi a un niño con la camiseta del Rayo Vallecano por el centro de Madrid. No tendría más de 12 años. Juro que no se le veía preocupado por la situación del equipo. Tampoco por si seguía o no Míchel. Vestía la equipación del año pasado, sin nombre, como si fuese una segunda piel. Me hizo pensar.
Eso es rayismo. Querer a tu equipo sin condiciones. “En las buenas y en las malas”. Sin dar la espalda a unos jugadores que, puntualmente, juegan de franjirrojo. Porque luego vendrán otros, y después, otros más. Los únicos que permanecen (la mayoría de veces) son los aficionados y aficionadas.
Estoy seguro de que ese chaval no ha pitado en su vida. Quiero pensar que tampoco ha insultado a nadie en un campo de fútbol. Me gusta pensar que ese es el rayista que todos los que van al Estadio de Vallecas llevan dentro.
Hoy mi columna de opinión es muy cortita. Cortita y al pie. No me quiero repetir con lo que vengo pregonando estas semanas. A los vallecanos se les llena la boca diciendo que son diferentes y, en las últimas jornadas, no lo estoy viendo. Quizá le venga bien al equipo bajar a Segunda. Ahí no escuchaba ni leía las cosas que estoy leyendo y escuchando este año. Igual el chaval que paseaba ayer por Moncloa sabe más de fútbol que todo Vallecas junto.